Wednesday, June 07, 2006
“Un clavado al excusado”
Fue el cumpleaños de mi prima. Organizó una cena con sus mejores amigos en Italianni’s de Polanco. Accedí a ir, aunque fue a las 9 PM, y yo no tengo automóvil.
Sí, poco a poco me he acostumbrado a andar en transporte público. El Metrobús se ha hecho parte de mi. Lo malo es que tengo que ir de pie en los recorridos. He hallado la forma de avanzar entre las sardinas (la gente pues) y colocarme en mero en medio. Ahí me recargo sobre el “acordeón” o “gusano” que une los dos vagones, saco mis libros de francés y estudio balanceándome hasta llegar a mi destino. También tomo el metro, microbuses o camiones. Ya noche tengo que andar con cuidado, pues hay menos gente y temo pudiera ser asaltado, pero bueno ¿qué más podría sucederme después de tanta mala suerte?
Sí, algo más me sucedió. El día de hoy como lo dije, fue cumpleaños de mi prima. Llegué pues al restaurante y aunque se trataba de convivir y festejar a mi prima, estuve triste. De entrada, llegué empapado. Me agarró una lluvia en plena calle Horacio. Ni modo. Qué bonito es tener coche ¿verdad? A eso de las 11 PM, cuando tuvimos que pagar, intenté pagar mi parte con mi tarjeta de crédito. Es muy vergonzoso cuando llegan contigo a decir “Señor, disculpe pero el sistema rechaza su tarjeta”. Sí. Fue con la que pagué los daños provocados al otro automóvil, y la topé. Me hice el desentendido y busqué en mi billetera ante la mirada de mi tío y mi prima, pero sabía yo que no llevaba dinero ni otra tarjeta de crédito. Sólamente 50 pesos, mi tarjeta del Metrobús y dos boletos del metro, eran lo que de más valor cargaba en mi billetera. Mi prima me cerró el ojo. Mi tío entendió. Ellos pagaron mi parte. Agaché la cabeza y suspiré.
Al salir me volví a mojar durante el trayecto a casa. Llegué poco pasada la medianoche. Entré al baño y cuando estaba por orinar, mi teléfono celular resbaló de la bolsa de mi pantalón y cayó directito como clavado en Olimpiadas al excusado. Hasta el pequeño chapuzón salpicó de agua alrededor. En poco efectivos reflejos metí la mano y tomándolo de su funda, lo saqué; precisamente por tomarlo de la funda, volvió a resbalar y cayó de nuevo al agua. Nuevamente metí la mano, lo toqué y lo saqué. Corrí al lavabo y lo puse bajo el chorro de agua durante un segundo, para limpiarlo. De inmediato lo desarmé e intenté secar, pero no, demasiado tarde, la pantalla de cristal líquido estaba jodida.
Adiós teléfono celular. De todos los lugares con agua posibles (un charco, la propia lluvia, un lavabo), cayó en el más simbólico: un excusado. Y fue ya a la medianoche, como último acto de mi día. Un día donde estuve empapado, con mi tarjeta de crédito rechazada, y estresado por andar en transporte público tan tarde. Eso faltaba para cerrar, que mi teléfono se jodiera.
Por más que intento estar bien conmigo mismo, todo confabula en mi contra. Sólo falta que un perro me orine.
Me fui a acostar.
Y volví a llorar.
Fue el cumpleaños de mi prima. Organizó una cena con sus mejores amigos en Italianni’s de Polanco. Accedí a ir, aunque fue a las 9 PM, y yo no tengo automóvil.
Sí, poco a poco me he acostumbrado a andar en transporte público. El Metrobús se ha hecho parte de mi. Lo malo es que tengo que ir de pie en los recorridos. He hallado la forma de avanzar entre las sardinas (la gente pues) y colocarme en mero en medio. Ahí me recargo sobre el “acordeón” o “gusano” que une los dos vagones, saco mis libros de francés y estudio balanceándome hasta llegar a mi destino. También tomo el metro, microbuses o camiones. Ya noche tengo que andar con cuidado, pues hay menos gente y temo pudiera ser asaltado, pero bueno ¿qué más podría sucederme después de tanta mala suerte?
Sí, algo más me sucedió. El día de hoy como lo dije, fue cumpleaños de mi prima. Llegué pues al restaurante y aunque se trataba de convivir y festejar a mi prima, estuve triste. De entrada, llegué empapado. Me agarró una lluvia en plena calle Horacio. Ni modo. Qué bonito es tener coche ¿verdad? A eso de las 11 PM, cuando tuvimos que pagar, intenté pagar mi parte con mi tarjeta de crédito. Es muy vergonzoso cuando llegan contigo a decir “Señor, disculpe pero el sistema rechaza su tarjeta”. Sí. Fue con la que pagué los daños provocados al otro automóvil, y la topé. Me hice el desentendido y busqué en mi billetera ante la mirada de mi tío y mi prima, pero sabía yo que no llevaba dinero ni otra tarjeta de crédito. Sólamente 50 pesos, mi tarjeta del Metrobús y dos boletos del metro, eran lo que de más valor cargaba en mi billetera. Mi prima me cerró el ojo. Mi tío entendió. Ellos pagaron mi parte. Agaché la cabeza y suspiré.
Al salir me volví a mojar durante el trayecto a casa. Llegué poco pasada la medianoche. Entré al baño y cuando estaba por orinar, mi teléfono celular resbaló de la bolsa de mi pantalón y cayó directito como clavado en Olimpiadas al excusado. Hasta el pequeño chapuzón salpicó de agua alrededor. En poco efectivos reflejos metí la mano y tomándolo de su funda, lo saqué; precisamente por tomarlo de la funda, volvió a resbalar y cayó de nuevo al agua. Nuevamente metí la mano, lo toqué y lo saqué. Corrí al lavabo y lo puse bajo el chorro de agua durante un segundo, para limpiarlo. De inmediato lo desarmé e intenté secar, pero no, demasiado tarde, la pantalla de cristal líquido estaba jodida.
Adiós teléfono celular. De todos los lugares con agua posibles (un charco, la propia lluvia, un lavabo), cayó en el más simbólico: un excusado. Y fue ya a la medianoche, como último acto de mi día. Un día donde estuve empapado, con mi tarjeta de crédito rechazada, y estresado por andar en transporte público tan tarde. Eso faltaba para cerrar, que mi teléfono se jodiera.
Por más que intento estar bien conmigo mismo, todo confabula en mi contra. Sólo falta que un perro me orine.
Me fui a acostar.
Y volví a llorar.
Sunday, June 04, 2006
“Yo que soy Spider-Man”
Cómo cambia la vida. Hace una semana, jamás imaginaría que toda ésta semana viajaría en metro, Metrobus y microbus. Y así será y debo acostumbrarme a ello y regresar a mis etapas de estudiante. Me he quedado sin auto. Yo que había hecho planes para venderlo y pagar mis deudas, ahora tengo muchas más deudas y sin un auto qué vender para hacerme de dinero y salir de apuros.
Hay algo digno de comentarse. Digno. Siempre, desde niño, he sido fan de Spider-Man, y como saben, un muñecote de él adornaba mi tablero desde el día que compré mi coche. Los comentarios de mis amigos y de quien se subía en él, eran encontrados. Estaban los “Wey, ¡se ve cool!” y los “Wey, ¿ya superaste la infancia? ¡madura!”. Y después de tanto meditarlo, éstos últimos comentarios fueron los que ganaron. Sí. Soy un ridículo infante. No he madurado. Y por ello y como primer acto de dicha conclusión, un par de días previos al accidente en el coche... quité el Spider-Man.
Hoy en la noche, domingo, me senté en mi cama a llorar. Ahí, con la luz tenue de una lámpara que está en el marco de mi cama (y de la cual cuelga un dreamcatcher por cierto), giré a ver un mueble a la izquierda de mi cama, donde yace, arrumbado, y con algo de polvo, mi héroe, el guardián de mi coche, el gran muñeco de Spider-Man, y en ese mismo mueble, a un lado del muñeco, está el emblema de “Seat”, una “S”, en un trozo de la parrilla del coche que quedó regada en la calle, y que macabramente recogí como recuerdo el día del accidente. Y yo ahí, sentado, en la orilla de mi cama, me sequé las lágrimas y vi los blancos ojos de Spider-Man quien pareciera que me decía: “Pendejo. Yo que cuidé tu automóvil desde el primer día que lo compraste. Yo que estuve ahí trepado en tu tablero durante dos años ininterrumpidos, soportando el sol, el frío y las franelas de los limpiacoches. Yo que soporté las burlas de tus amigos. Yo que ¡protegí! tu coche de los ladrones e ineptos conductores (bueno, sé que me perdonarás el día que un hijo de puta te rayó toda la cajuela y el toldo, pero te lo merecías por andar de cogelón). Yo que toleré las manoseadas de los amigos gays que subías a tu coche, cuando me agarraban el trasero diciendo “Está buenísimo” (claro, ¡soy Spider-Man!). Yo que quedé entumido de mis coyunturas por estar siempre trepado en la misma posición... se te ocurre quitarme. Se te ocurrió quitar la spider-protection. Si no me hubieras quitado, definitivamente no hubieras chocado. José Luis, soy tu ángel guardián. Admítelo. Eres uno de mis más grandes fans. Recuerdo aquél día en que tú teniendo 4 años de edad, sentadito en tu cama, llegó tu papá, mojado por la lluvia, pero trayéndote intacto un cuentito cómic de ‘El Sorprendente Hombre Araña’. En la portada estaba yo, mi gran carota, bueno, cubierta por una máscara pero mi carota. Estos ojos míos, blancos, gigantes, captaron tu atención. ‘¿Cómo puede hacer gestos expresando emociones? ¡si el tipo trae máscara!’, algo así pero en el lenguaje de un niño de 4 años, te preguntaste. Y desde ahí quedaste hipnotizado. Desde ahí me seguiste. Desde entonces y mientras pasaban los años y crecías, pedías, no... exigías a tu papá y tu abuelito Luis, que cada semana te compraran un cómic mío, el gran hombre araña. Es por eso, que en agradecimiento, te he cuidado, y qué mejor que haberme confiado la protección de tu automóvil. Ah sí... porque tú me pusiste ahí en el tablero con meros efectos egocéntricos, pero no, yo toda misión me la tomo en serio, dejaría de ser superhéroe, ¿no crees? Y ver que tú, mi fan, me ponía ahí en el tablero, no significaba otra cosa que decir de tu parte ‘Al coño los ángeles, las energías cósmicas y las mamonas burbujas de luz que envuelven a los seres y los objetos: Spider-Man será el ángel guardián de mi coche’. Y mira qué bien cumplí mi misión. Cuidé tu auto, no lo niegues, hasta que tú, inseguro de tí mismo (como siempre by the way), preferiste escuchar esos comentarios que te hicieron sentir niño inmaduro. Y mira, yo fui el pagano. Me quitaste... y chocaste. No es que yo te haya fallado. Tú me fallaste a mí al perderme confianza queriendo ‘crecer’ y ‘madurar’ con el simple acto de quitarme de tu vista y la vista ajena. Veo que lloras, te sientes triste, deprimido. Yo me siento igual, aquí, arrumbado. José Luis, por favor, hazte de otro coche... y volvamos a las andadas.”
Reí. Tomé uno de mis calcetines y caminé hacia Spider-Man. Lo tomé, lo limpié, lo cambié de postura y lo puse de pie sobre el mueble.
Ahora Spider-Man se ve imponente, sin ningún temor y listo para la siguiente misión.
La duda ahora es: ¿y estoy yo preparado para una siguiente misión?
Cómo cambia la vida. Hace una semana, jamás imaginaría que toda ésta semana viajaría en metro, Metrobus y microbus. Y así será y debo acostumbrarme a ello y regresar a mis etapas de estudiante. Me he quedado sin auto. Yo que había hecho planes para venderlo y pagar mis deudas, ahora tengo muchas más deudas y sin un auto qué vender para hacerme de dinero y salir de apuros.
Hay algo digno de comentarse. Digno. Siempre, desde niño, he sido fan de Spider-Man, y como saben, un muñecote de él adornaba mi tablero desde el día que compré mi coche. Los comentarios de mis amigos y de quien se subía en él, eran encontrados. Estaban los “Wey, ¡se ve cool!” y los “Wey, ¿ya superaste la infancia? ¡madura!”. Y después de tanto meditarlo, éstos últimos comentarios fueron los que ganaron. Sí. Soy un ridículo infante. No he madurado. Y por ello y como primer acto de dicha conclusión, un par de días previos al accidente en el coche... quité el Spider-Man.
Hoy en la noche, domingo, me senté en mi cama a llorar. Ahí, con la luz tenue de una lámpara que está en el marco de mi cama (y de la cual cuelga un dreamcatcher por cierto), giré a ver un mueble a la izquierda de mi cama, donde yace, arrumbado, y con algo de polvo, mi héroe, el guardián de mi coche, el gran muñeco de Spider-Man, y en ese mismo mueble, a un lado del muñeco, está el emblema de “Seat”, una “S”, en un trozo de la parrilla del coche que quedó regada en la calle, y que macabramente recogí como recuerdo el día del accidente. Y yo ahí, sentado, en la orilla de mi cama, me sequé las lágrimas y vi los blancos ojos de Spider-Man quien pareciera que me decía: “Pendejo. Yo que cuidé tu automóvil desde el primer día que lo compraste. Yo que estuve ahí trepado en tu tablero durante dos años ininterrumpidos, soportando el sol, el frío y las franelas de los limpiacoches. Yo que soporté las burlas de tus amigos. Yo que ¡protegí! tu coche de los ladrones e ineptos conductores (bueno, sé que me perdonarás el día que un hijo de puta te rayó toda la cajuela y el toldo, pero te lo merecías por andar de cogelón). Yo que toleré las manoseadas de los amigos gays que subías a tu coche, cuando me agarraban el trasero diciendo “Está buenísimo” (claro, ¡soy Spider-Man!). Yo que quedé entumido de mis coyunturas por estar siempre trepado en la misma posición... se te ocurre quitarme. Se te ocurrió quitar la spider-protection. Si no me hubieras quitado, definitivamente no hubieras chocado. José Luis, soy tu ángel guardián. Admítelo. Eres uno de mis más grandes fans. Recuerdo aquél día en que tú teniendo 4 años de edad, sentadito en tu cama, llegó tu papá, mojado por la lluvia, pero trayéndote intacto un cuentito cómic de ‘El Sorprendente Hombre Araña’. En la portada estaba yo, mi gran carota, bueno, cubierta por una máscara pero mi carota. Estos ojos míos, blancos, gigantes, captaron tu atención. ‘¿Cómo puede hacer gestos expresando emociones? ¡si el tipo trae máscara!’, algo así pero en el lenguaje de un niño de 4 años, te preguntaste. Y desde ahí quedaste hipnotizado. Desde ahí me seguiste. Desde entonces y mientras pasaban los años y crecías, pedías, no... exigías a tu papá y tu abuelito Luis, que cada semana te compraran un cómic mío, el gran hombre araña. Es por eso, que en agradecimiento, te he cuidado, y qué mejor que haberme confiado la protección de tu automóvil. Ah sí... porque tú me pusiste ahí en el tablero con meros efectos egocéntricos, pero no, yo toda misión me la tomo en serio, dejaría de ser superhéroe, ¿no crees? Y ver que tú, mi fan, me ponía ahí en el tablero, no significaba otra cosa que decir de tu parte ‘Al coño los ángeles, las energías cósmicas y las mamonas burbujas de luz que envuelven a los seres y los objetos: Spider-Man será el ángel guardián de mi coche’. Y mira qué bien cumplí mi misión. Cuidé tu auto, no lo niegues, hasta que tú, inseguro de tí mismo (como siempre by the way), preferiste escuchar esos comentarios que te hicieron sentir niño inmaduro. Y mira, yo fui el pagano. Me quitaste... y chocaste. No es que yo te haya fallado. Tú me fallaste a mí al perderme confianza queriendo ‘crecer’ y ‘madurar’ con el simple acto de quitarme de tu vista y la vista ajena. Veo que lloras, te sientes triste, deprimido. Yo me siento igual, aquí, arrumbado. José Luis, por favor, hazte de otro coche... y volvamos a las andadas.”
Reí. Tomé uno de mis calcetines y caminé hacia Spider-Man. Lo tomé, lo limpié, lo cambié de postura y lo puse de pie sobre el mueble.
Ahora Spider-Man se ve imponente, sin ningún temor y listo para la siguiente misión.
La duda ahora es: ¿y estoy yo preparado para una siguiente misión?