Friday, January 06, 2006
“Un nuevo agremiado de PETA”
En diciembre rescaté una flor de Nochebuena de secarse, sin luz, sin agua y entre tantos insultos. El miércoles adopté una pequeña tortuga que apareció de la nada en medio de mi comedor. Hoy dejé entrar al patio de la casa, a un perro raza “corriente-cruzado-condelacalle” que estaba atravesando justo a mi regreso del gym. Corrí al refrigerador, saqué unas 4 rebanadas de jamón y se las dí. Es obvio que le duraron en el hocico lo mismo que a mi me dura el amor, pero de alguna forma espero haber apaciguado su hambre. Después, lo saqué de nuevo a su hogar: la calle.
Más tarde, al llegar a mi oficina, después de estacionarme abrí la puerta del coche y ahí, justo antes de que pusiera mi pie en tierra firme, estaba una gran oruga, muy bonita, de color verde con anaranjado y cabeza negra. Bastante aventurera y amante de los coches, ya que el jardín más cercano estaba a unos 20 metros. Era evidente que si la dejaba ahí, el próximo auto en estacionarse la arrollaría. Entré pues a mi oficina, no saludé a nadie y tome dos hojas de papel. Salí corriendo. Tomé entonces a la oruga y la llevé al jardín donde la dejé (antes de hacerlo la examiné; ahora comprendo a aquellos que hacen efectos especiales y muñecos para películas de horror; seguramente de esos bichos toman sus ideas cuando fabrican animatronics gigantes); y ahí está ahora la oruguita, ignoro si llegará a su madurez y se convertirá en la bella mariposa de los cuentos, pero al menos hice mi parte.
Una flor de Nochebuena… una tortuga… un perro de la calle… una oruga…
¿Qué me pasa? ¿Acaso éste año me convertiré en defensor de las causas de los débiles? ¿un agremiado de PETA? ¿fundaré mi propia “Liga Protectora de Animales”?
Yo que quiero convertirme en el perfecto de los ojetes.
Estaba reflexionando en ello, cuando respondí un cuestionario de una página en Internet relativa a superheroes. “¿Which character are you?”. Resulté ser uno llamado G’Kar, un embajador de la serie televisiva de ciencia ficción “Babylon 5”. Por lo que respondí, parece ser que soy lo más cercano a ese personaje, quien con toda la intención de ser villano, su innegable humor lo convirtió en un líder religioso en busca de la redención y en favor de los débiles y las causas justas.
Reitero que quiero ser un ojete (un villano); a pesar de que me lleve el coño, siempre estoy contando chistes (el Joker sonreía por fuera pero lloraba por dentro), y últimamente me ha dado por cuidar criaturitas: una flor de Nochebuena, una tortuga, un perro de la calle y una oruga (los débiles).
Pudiendo ser un “Galactus” un “Dr. Doom” o un “Lex Luthor”, todos ellos típicamente megalómanos, tenía que tocarme ser el protector de la mediocridad.
En diciembre rescaté una flor de Nochebuena de secarse, sin luz, sin agua y entre tantos insultos. El miércoles adopté una pequeña tortuga que apareció de la nada en medio de mi comedor. Hoy dejé entrar al patio de la casa, a un perro raza “corriente-cruzado-condelacalle” que estaba atravesando justo a mi regreso del gym. Corrí al refrigerador, saqué unas 4 rebanadas de jamón y se las dí. Es obvio que le duraron en el hocico lo mismo que a mi me dura el amor, pero de alguna forma espero haber apaciguado su hambre. Después, lo saqué de nuevo a su hogar: la calle.
Más tarde, al llegar a mi oficina, después de estacionarme abrí la puerta del coche y ahí, justo antes de que pusiera mi pie en tierra firme, estaba una gran oruga, muy bonita, de color verde con anaranjado y cabeza negra. Bastante aventurera y amante de los coches, ya que el jardín más cercano estaba a unos 20 metros. Era evidente que si la dejaba ahí, el próximo auto en estacionarse la arrollaría. Entré pues a mi oficina, no saludé a nadie y tome dos hojas de papel. Salí corriendo. Tomé entonces a la oruga y la llevé al jardín donde la dejé (antes de hacerlo la examiné; ahora comprendo a aquellos que hacen efectos especiales y muñecos para películas de horror; seguramente de esos bichos toman sus ideas cuando fabrican animatronics gigantes); y ahí está ahora la oruguita, ignoro si llegará a su madurez y se convertirá en la bella mariposa de los cuentos, pero al menos hice mi parte.
Una flor de Nochebuena… una tortuga… un perro de la calle… una oruga…
¿Qué me pasa? ¿Acaso éste año me convertiré en defensor de las causas de los débiles? ¿un agremiado de PETA? ¿fundaré mi propia “Liga Protectora de Animales”?
Yo que quiero convertirme en el perfecto de los ojetes.
Estaba reflexionando en ello, cuando respondí un cuestionario de una página en Internet relativa a superheroes. “¿Which character are you?”. Resulté ser uno llamado G’Kar, un embajador de la serie televisiva de ciencia ficción “Babylon 5”. Por lo que respondí, parece ser que soy lo más cercano a ese personaje, quien con toda la intención de ser villano, su innegable humor lo convirtió en un líder religioso en busca de la redención y en favor de los débiles y las causas justas.
Reitero que quiero ser un ojete (un villano); a pesar de que me lleve el coño, siempre estoy contando chistes (el Joker sonreía por fuera pero lloraba por dentro), y últimamente me ha dado por cuidar criaturitas: una flor de Nochebuena, una tortuga, un perro de la calle y una oruga (los débiles).
Pudiendo ser un “Galactus” un “Dr. Doom” o un “Lex Luthor”, todos ellos típicamente megalómanos, tenía que tocarme ser el protector de la mediocridad.
Thursday, January 05, 2006
“Primero fue una flor de Nochebuena…”
Martes 3. Mis papás, hermana y cuñado regresaron finalmente de Tuxtla Gutiérrez. Y lo hicieron llamando completamente la atención del bello durmiente: yo. Sí, llegaron a las 7 AM, y yo que cierro la casa como si fuera la prisión de “Oz” (desde que robaron mi cámara), tuve que bajar a quitar candados, cerraduras, chapas, combinaciones y picaportes. Abrí pues. Yo, aún enfundado en mi pijama de lana azul, y ellos, vistiendo aún a la usanza de viles turistas, más aún mi cuñado, típicamente europeo.
Me dirigí al comedor, y entre mis destellos de conciencia mañanera, logré distinguir una pequeña mancha negra que se interponía en mi camino. Me detuve. Encendí la luz, y ahí, justo en el pasillo del comedor que da a la cocina estaba…. una tortuga. ¡Una tortuga! ¿Una tortuga? ¿qué puede hacer una tortuga en el comedor? Un pequeño anfibio de esos que venden en los acuarios, estaba ahí, en mi comedor. ¿Cómo llegó? ¿quién lo llevó? Nosotros no somos afines a mascotas de agua, y aunque hubiera escapado de algún vecino es muy improbable (1 oportunidad en 1,292,347, como diría el afeminado C-3PO de “Star Wars”) que hubiera llegado hasta mi casa.
Tomé al animalito de la concha y lo llevé al antecomedor, donde mi familia se disponía a desayunar (han de haber traído hambre pues simplemente llegaron, aventaron maletas en la sala y corrieron a la cocina). La charla fue pues acerca del origen de ese animalito. No lo fueron sus aventuras en la maleza chiapaneca, ni lo fueron mis aventuras en soledad y alcohol de la semana. No. Se redujo a un animalito venido quién sabe de dónde. Tomamos un “tupper-ware” le pusimos un poco de agua y la metimos.
Dicen que las tortugas son de buena suerte (¡Ja! Lo mismo dicen de los elefantes, de las ranas y los canarios; nunca de las arañas, alacranes ni ladillas), así que decidimos quedarnos con ella. Mi deber será alimentarla, cuidarla y sacarla al sol. Y al igual que con la flor de Nochebuena que cuidé, puse agua y colocaba en huequitos de sol, que salvé y que ahora está sembrada y forma parte del jardín de la casa de mi papá en Río Frío, espero que la tortuguita sobreviva…
… y que alguien me alimente, me cuide y me saque al sol.
Martes 3. Mis papás, hermana y cuñado regresaron finalmente de Tuxtla Gutiérrez. Y lo hicieron llamando completamente la atención del bello durmiente: yo. Sí, llegaron a las 7 AM, y yo que cierro la casa como si fuera la prisión de “Oz” (desde que robaron mi cámara), tuve que bajar a quitar candados, cerraduras, chapas, combinaciones y picaportes. Abrí pues. Yo, aún enfundado en mi pijama de lana azul, y ellos, vistiendo aún a la usanza de viles turistas, más aún mi cuñado, típicamente europeo.
Me dirigí al comedor, y entre mis destellos de conciencia mañanera, logré distinguir una pequeña mancha negra que se interponía en mi camino. Me detuve. Encendí la luz, y ahí, justo en el pasillo del comedor que da a la cocina estaba…. una tortuga. ¡Una tortuga! ¿Una tortuga? ¿qué puede hacer una tortuga en el comedor? Un pequeño anfibio de esos que venden en los acuarios, estaba ahí, en mi comedor. ¿Cómo llegó? ¿quién lo llevó? Nosotros no somos afines a mascotas de agua, y aunque hubiera escapado de algún vecino es muy improbable (1 oportunidad en 1,292,347, como diría el afeminado C-3PO de “Star Wars”) que hubiera llegado hasta mi casa.
Tomé al animalito de la concha y lo llevé al antecomedor, donde mi familia se disponía a desayunar (han de haber traído hambre pues simplemente llegaron, aventaron maletas en la sala y corrieron a la cocina). La charla fue pues acerca del origen de ese animalito. No lo fueron sus aventuras en la maleza chiapaneca, ni lo fueron mis aventuras en soledad y alcohol de la semana. No. Se redujo a un animalito venido quién sabe de dónde. Tomamos un “tupper-ware” le pusimos un poco de agua y la metimos.
Dicen que las tortugas son de buena suerte (¡Ja! Lo mismo dicen de los elefantes, de las ranas y los canarios; nunca de las arañas, alacranes ni ladillas), así que decidimos quedarnos con ella. Mi deber será alimentarla, cuidarla y sacarla al sol. Y al igual que con la flor de Nochebuena que cuidé, puse agua y colocaba en huequitos de sol, que salvé y que ahora está sembrada y forma parte del jardín de la casa de mi papá en Río Frío, espero que la tortuguita sobreviva…
… y que alguien me alimente, me cuide y me saque al sol.
Wednesday, January 04, 2006
“Una orgía de flores pirotécnicas”
Domingo 1. 2006. 2 PM. Desperté aún borracho en casa de Julio. Fuimos a desayunar pancita. Fue un milagro que hubiera si tomamos en cuenta que hasta los “Oxxo”s estaban cerrados. Para no perder la costumbre invité a Julio y pagué la cuenta; digo ésto con aceptado resentimiento pues ¿a mí quién jodidos me invita algo? Nadie me “dispara” nada. Hay gente afortunada en éste mundo.
Es la última vez que salgo con él a algún lugar. Es parajódico... paradójico quise decir: es mi mejor amigo y lo quiero mucho, pero ya no quiero salir con él a ningún lado. Mi eliminación o extinción de contactos ahora también ha alcanzado a Julio, ni él se salvó, y eso que dizque es mi mejor amigo.
En fin.
4 PM me encaminé a mi casa. Ya podía manejar. Al llegar, una bonita forma de comenzar el 2006: mi casa en penumbras. La energía eléctrica que habíase ido desde el viernes, aún no llegaba. Y ahí estaba yo, sin hacer nada. Me acosté.
9 PM. Desperté. No había velas, mejor dicho no hice nada por buscarlas. Bajé, subí al coche y como lo había hecho toda la semana, conducí sin rumbo fijo. Sobrio, con esa única diferencia. A los 10 minutos vi fuegos pirotécnicos y algunas calles cerradas al tránsito. Era la fiesta anual de una parroquia a unos minutos de mi casa. Sonreí. Estacioné y bajé. Tenía hambre así que comería algo de los antojitos. Quizá subiría posteriormente a algún juego mecánico para vomitarle encima a alguna monjita de la parroquia que estuviere festejando.
Estaba ya a una cuadra de la iglesia cuando vi cientos de personas paradas en la calle. De pie. Arremolinadas viendo hacia el cielo. Como pude me abrí paso. Llegué justo al centro del grupo de gente y observé. Oh Dios. Juro que se me erizó la piel. Justo en el centro de esos cientos de personas, estaba un grande, qué digo grande... enorme castillo pirotécnico. De unos 20 metros de altura y que se erguía en posición vertical. Aún no lo encendían y comprendí que la gente esperaba que comenzara a arder, silbar y bailotear por sí mismo en una orgía de flores pirotécnicas. Esperé el momento. Fue muy curioso ver que la atención de la gente estaba puesta en ese castillo y no en la iglesia, cuyo aniversario era el verdadero motivo de fiesta, no fierros retorcidos forrados en pólvora y cohetones.
A los 3 minutos, sus creadores, seguros pirómanos reprimidos en su infancia, lo encendieron. El cielo, la calle y el mundo de personas que estábamos, nos iluminamos. Comprendí entonces el porqué de mi piel erizada, de gallina, chinita. Frente a nosotros los ahí presentes estaba algo muy cercano y parecido a uno de los trípodes de la película “War of the Worlds”. Justo una de esas máquinas aniquiladoras de humanos que creo he invocado últimamente en éste diario y con mi familia y conocidos. La idea me pareció escalofriante pero a la vez divertida. Entre todos los “¡ooooooooh!... ¡aaaaaaaaaaaah!...” de asombro de los presentes, bueno hubiera sido que el trípode sacara sus tentáculos y nos lanzara rayos fulminantes... bueno, hablé metafóricamente. Lo más parecido entonces sería: bueno hubiera sido que al estar lanzando chispas, cohetes y chiflidos, se hubiera colapsado y caído en medio de todos los presentes. Una deliciosa tragedia de inicio de año. No hubiera pasado nada, total, siempre habría un Tom Cruise que saldría ileso. Mi suerte es tan mala que seguro de haberse caído el castillito, yo hubiera sido el primero en ser alcanzado por el fuego. Hice mil imagenes mentales: el castillo derrumbado pero aún lanzando cohetes, y uno de ellos, a modo de misil, saldría disparado hacia mí, la punta del pequeño misil alcanzaría mi playera y me elevaría por los aires; iríamos a parar justo en el gran crucifijo que se encuentra en el techo de la iglesia; y ahí quedaría yo, crucificado y adorado por los vecinos del lugar todos los 1 de enero. Y ahí, en el interior de la iglesia, mis objetos personales también serían objeto de adoración: el boleto para el concierto de “Pearl Jam” que quedó sin usarse hace apenas 3 semanas, estaría enmarcado y la gente lo adoraría entre el rezo de “Creo en un sólo Dios, Padre Todopoderoso...” como muestra de que el mártir murió sólo como perro y el rezo ayudaría a morir sin soledad; también el Spider-Man que está en el tablero de mi coche, estaría pegado en la pared entre íconos religiosos; o mi iPod, que sería conectado a las bocinas de la iglesia cada 1 de enero, y el párroco, en previa y envidiable ceremonia con agua bendita y todas esas mamadas, presionaría el botón “shuffle” para que el iPod alegrara la fiesta con canciones aleatorias entre las 5,606 que lo conforman...
Terminé de imaginar y soñar, pues el “jóven” del puesto de papas a la francesa me entregó mi orden. Las comí disfrutando ya de lejos los últimos tintes de vida del trípode aniquilador.
Regresé a casa cerca de la medianoche. Aún no había energía eléctrica. Me acosté pues, en penumbras, sabedor que al día siguiente, 2 de enero, había que regresar al trabajo.
Cerré los ojos y dormí...
... y por primera vez en 9 días, lo hice sobrio y en mi santo juicio.
Domingo 1. 2006. 2 PM. Desperté aún borracho en casa de Julio. Fuimos a desayunar pancita. Fue un milagro que hubiera si tomamos en cuenta que hasta los “Oxxo”s estaban cerrados. Para no perder la costumbre invité a Julio y pagué la cuenta; digo ésto con aceptado resentimiento pues ¿a mí quién jodidos me invita algo? Nadie me “dispara” nada. Hay gente afortunada en éste mundo.
Es la última vez que salgo con él a algún lugar. Es parajódico... paradójico quise decir: es mi mejor amigo y lo quiero mucho, pero ya no quiero salir con él a ningún lado. Mi eliminación o extinción de contactos ahora también ha alcanzado a Julio, ni él se salvó, y eso que dizque es mi mejor amigo.
En fin.
4 PM me encaminé a mi casa. Ya podía manejar. Al llegar, una bonita forma de comenzar el 2006: mi casa en penumbras. La energía eléctrica que habíase ido desde el viernes, aún no llegaba. Y ahí estaba yo, sin hacer nada. Me acosté.
9 PM. Desperté. No había velas, mejor dicho no hice nada por buscarlas. Bajé, subí al coche y como lo había hecho toda la semana, conducí sin rumbo fijo. Sobrio, con esa única diferencia. A los 10 minutos vi fuegos pirotécnicos y algunas calles cerradas al tránsito. Era la fiesta anual de una parroquia a unos minutos de mi casa. Sonreí. Estacioné y bajé. Tenía hambre así que comería algo de los antojitos. Quizá subiría posteriormente a algún juego mecánico para vomitarle encima a alguna monjita de la parroquia que estuviere festejando.
Estaba ya a una cuadra de la iglesia cuando vi cientos de personas paradas en la calle. De pie. Arremolinadas viendo hacia el cielo. Como pude me abrí paso. Llegué justo al centro del grupo de gente y observé. Oh Dios. Juro que se me erizó la piel. Justo en el centro de esos cientos de personas, estaba un grande, qué digo grande... enorme castillo pirotécnico. De unos 20 metros de altura y que se erguía en posición vertical. Aún no lo encendían y comprendí que la gente esperaba que comenzara a arder, silbar y bailotear por sí mismo en una orgía de flores pirotécnicas. Esperé el momento. Fue muy curioso ver que la atención de la gente estaba puesta en ese castillo y no en la iglesia, cuyo aniversario era el verdadero motivo de fiesta, no fierros retorcidos forrados en pólvora y cohetones.
A los 3 minutos, sus creadores, seguros pirómanos reprimidos en su infancia, lo encendieron. El cielo, la calle y el mundo de personas que estábamos, nos iluminamos. Comprendí entonces el porqué de mi piel erizada, de gallina, chinita. Frente a nosotros los ahí presentes estaba algo muy cercano y parecido a uno de los trípodes de la película “War of the Worlds”. Justo una de esas máquinas aniquiladoras de humanos que creo he invocado últimamente en éste diario y con mi familia y conocidos. La idea me pareció escalofriante pero a la vez divertida. Entre todos los “¡ooooooooh!... ¡aaaaaaaaaaaah!...” de asombro de los presentes, bueno hubiera sido que el trípode sacara sus tentáculos y nos lanzara rayos fulminantes... bueno, hablé metafóricamente. Lo más parecido entonces sería: bueno hubiera sido que al estar lanzando chispas, cohetes y chiflidos, se hubiera colapsado y caído en medio de todos los presentes. Una deliciosa tragedia de inicio de año. No hubiera pasado nada, total, siempre habría un Tom Cruise que saldría ileso. Mi suerte es tan mala que seguro de haberse caído el castillito, yo hubiera sido el primero en ser alcanzado por el fuego. Hice mil imagenes mentales: el castillo derrumbado pero aún lanzando cohetes, y uno de ellos, a modo de misil, saldría disparado hacia mí, la punta del pequeño misil alcanzaría mi playera y me elevaría por los aires; iríamos a parar justo en el gran crucifijo que se encuentra en el techo de la iglesia; y ahí quedaría yo, crucificado y adorado por los vecinos del lugar todos los 1 de enero. Y ahí, en el interior de la iglesia, mis objetos personales también serían objeto de adoración: el boleto para el concierto de “Pearl Jam” que quedó sin usarse hace apenas 3 semanas, estaría enmarcado y la gente lo adoraría entre el rezo de “Creo en un sólo Dios, Padre Todopoderoso...” como muestra de que el mártir murió sólo como perro y el rezo ayudaría a morir sin soledad; también el Spider-Man que está en el tablero de mi coche, estaría pegado en la pared entre íconos religiosos; o mi iPod, que sería conectado a las bocinas de la iglesia cada 1 de enero, y el párroco, en previa y envidiable ceremonia con agua bendita y todas esas mamadas, presionaría el botón “shuffle” para que el iPod alegrara la fiesta con canciones aleatorias entre las 5,606 que lo conforman...
Terminé de imaginar y soñar, pues el “jóven” del puesto de papas a la francesa me entregó mi orden. Las comí disfrutando ya de lejos los últimos tintes de vida del trípode aniquilador.
Regresé a casa cerca de la medianoche. Aún no había energía eléctrica. Me acosté pues, en penumbras, sabedor que al día siguiente, 2 de enero, había que regresar al trabajo.
Cerré los ojos y dormí...
... y por primera vez en 9 días, lo hice sobrio y en mi santo juicio.
Tuesday, January 03, 2006
“5, 4, 3, 2, 1... con un angelote encima”
Sábado. 11.50 PM. Llegamos al glorioso y representativo “Ángel”. Sólo eramos Julio, yo y un par de personas. El cruce de Reforma y Florencia se apreciaba misteriosamente apaciguado. Como si la Ciudad estuviera en toque de queda. Los automóviles de uno que otro despistado o probablemente de origen chino (por aquello de que para los chinos el año nuevo llega hasta finales de enero, eran los únicos que atravesaban sin reparar en los solitarios trepados en la glorieta.
A los 5 minutos, un “radiotaxi” se detuvo frente a la acera de Florencia. De él bajo Alejandra muy presurosa. Corrió hacia nosotros. Lo logró. Julio y yo sacamos nuestras latas de “New Mix” que previamente habíamos comprado y comenzamos a beberlas como viles delincuentes protegiéndonos de no ser vistos por las varias patrullas que estaban en el lugar. Finalmente, los 3 amigos nos abrazamos y sentamos a los pies del Ángel. Observamos la ciudad.
Hermosa.
Poco a poco llegó gente. Alejandra tomó su cámara y comenzamos a tomarnos fotos entre nosotros y con los propios transeúntes. Llegó también la típica familia mexicana: el tío, el primo, la agüelita, los nietos, las cuñadas, los compadres. Iban tan preparados que hasta vasitos con uvas llevaban; uno de ellos, el más naquito of course, gritó sin empacho a su parentela que cuando quisieran estaban listos los tacos de guisado.
Seríamos no más de 30 personas. Y finalmente, dieron las 12 de la noche. Hicimos cuenta regresiva de sólo 10 segundos. Las marcas de los relojes de los presentes eran tan dispares que cada quien hizo su cuenta regresiva como Dios nos dio a entender. 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1... primero abracé a Alejandra, luego a Julio, quien estaba más preocupado en ligarse a una chica chilena. Felicitamos a uno que otro de los presentes. Alejandra y yo entonamos con puros silbidos la típica canción gringa de bienvenida de año nuevo (“Auld Lang Syne”); pudimos haber cantado “El Año Viejo” pero quisimos desentonar con lo típicamente mexicano que resulta el Ángel, quien eso sí, tiene como principal vista los edificios de “American Express”, “Hotel Sheraton” y la Embajada de E.U.
La gente comenzó a partir. Julio, Ale y yo nos sentamos nuevamente a los pies del Ángel. Teniendo en cuenta mi semana previa de soledad, no sentí verdadera emoción, no obstante que comencé el año literalmente con un angelote encima. En vista del alcohol que también ya traía encima, decidí emborracharme hasta perderme. El siguiente paso fue pues entrar a un antro en compañía de mis amigos. Lo hicimos: “Living”.
Fue la primera vez que mi amigo Julio visitó un antro gay. Fue de inmediato a una zona llena de chicas. Pobre. Regresó desilusionado. Las chicas eran lesbianas. Se sentó pues en la orilla de la barra y no se movió de ahí toda la noche; claro, cuando a uno todo se lo disparan (cena, cover, bebidas y desayuno de pancita apacigua-cruda), nunca se valora ni agradece.
Recuento de la noche en “Living”: Cover: 250 pesos; cantidad aproximada de gente: 1000 personas (asquerosamente lleno, hubiera sido divertido gritar “¡Evacuen! ¡Fuego!”); cantidad de alcohol que ingerí: 7 cervezas, 6 palomas de tequila y una piña colada; cantidad de gente que me gustó: un chingo, mucha, beaucoup!; cantidad de gente a la que le gusté: cero; cantidad de tiempo que bailé con Alejandra: casi toda la noche (raro en mí); cantidad de horas en el antro: de la 1 AM a las 6 AM.
Cuando salimos, Julio manejó. Lo logré: estaba yo verdaderamente borracho. Me subí en la parte trasera de mi coche. Es la primera vez que lo hago. Con trabajos y podía hablar. Julio y Alejandra me llevaron a comer hot dogs a un “Oxxo” (lo único disponible a esas horas y en pleno 1 de enero) para que se me bajara la jarra. Fuimos a dejar a Alejandra a su casa, y de ahí a casa de Julio donde pernocté. Me acosté a las 8 AM. Muy borracho.
Y cuando estoy así se me olvida tantito mi soledad.
2006 pinta para alcohol.
Sábado. 11.50 PM. Llegamos al glorioso y representativo “Ángel”. Sólo eramos Julio, yo y un par de personas. El cruce de Reforma y Florencia se apreciaba misteriosamente apaciguado. Como si la Ciudad estuviera en toque de queda. Los automóviles de uno que otro despistado o probablemente de origen chino (por aquello de que para los chinos el año nuevo llega hasta finales de enero, eran los únicos que atravesaban sin reparar en los solitarios trepados en la glorieta.
A los 5 minutos, un “radiotaxi” se detuvo frente a la acera de Florencia. De él bajo Alejandra muy presurosa. Corrió hacia nosotros. Lo logró. Julio y yo sacamos nuestras latas de “New Mix” que previamente habíamos comprado y comenzamos a beberlas como viles delincuentes protegiéndonos de no ser vistos por las varias patrullas que estaban en el lugar. Finalmente, los 3 amigos nos abrazamos y sentamos a los pies del Ángel. Observamos la ciudad.
Hermosa.
Poco a poco llegó gente. Alejandra tomó su cámara y comenzamos a tomarnos fotos entre nosotros y con los propios transeúntes. Llegó también la típica familia mexicana: el tío, el primo, la agüelita, los nietos, las cuñadas, los compadres. Iban tan preparados que hasta vasitos con uvas llevaban; uno de ellos, el más naquito of course, gritó sin empacho a su parentela que cuando quisieran estaban listos los tacos de guisado.
Seríamos no más de 30 personas. Y finalmente, dieron las 12 de la noche. Hicimos cuenta regresiva de sólo 10 segundos. Las marcas de los relojes de los presentes eran tan dispares que cada quien hizo su cuenta regresiva como Dios nos dio a entender. 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1... primero abracé a Alejandra, luego a Julio, quien estaba más preocupado en ligarse a una chica chilena. Felicitamos a uno que otro de los presentes. Alejandra y yo entonamos con puros silbidos la típica canción gringa de bienvenida de año nuevo (“Auld Lang Syne”); pudimos haber cantado “El Año Viejo” pero quisimos desentonar con lo típicamente mexicano que resulta el Ángel, quien eso sí, tiene como principal vista los edificios de “American Express”, “Hotel Sheraton” y la Embajada de E.U.
La gente comenzó a partir. Julio, Ale y yo nos sentamos nuevamente a los pies del Ángel. Teniendo en cuenta mi semana previa de soledad, no sentí verdadera emoción, no obstante que comencé el año literalmente con un angelote encima. En vista del alcohol que también ya traía encima, decidí emborracharme hasta perderme. El siguiente paso fue pues entrar a un antro en compañía de mis amigos. Lo hicimos: “Living”.
Fue la primera vez que mi amigo Julio visitó un antro gay. Fue de inmediato a una zona llena de chicas. Pobre. Regresó desilusionado. Las chicas eran lesbianas. Se sentó pues en la orilla de la barra y no se movió de ahí toda la noche; claro, cuando a uno todo se lo disparan (cena, cover, bebidas y desayuno de pancita apacigua-cruda), nunca se valora ni agradece.
Recuento de la noche en “Living”: Cover: 250 pesos; cantidad aproximada de gente: 1000 personas (asquerosamente lleno, hubiera sido divertido gritar “¡Evacuen! ¡Fuego!”); cantidad de alcohol que ingerí: 7 cervezas, 6 palomas de tequila y una piña colada; cantidad de gente que me gustó: un chingo, mucha, beaucoup!; cantidad de gente a la que le gusté: cero; cantidad de tiempo que bailé con Alejandra: casi toda la noche (raro en mí); cantidad de horas en el antro: de la 1 AM a las 6 AM.
Cuando salimos, Julio manejó. Lo logré: estaba yo verdaderamente borracho. Me subí en la parte trasera de mi coche. Es la primera vez que lo hago. Con trabajos y podía hablar. Julio y Alejandra me llevaron a comer hot dogs a un “Oxxo” (lo único disponible a esas horas y en pleno 1 de enero) para que se me bajara la jarra. Fuimos a dejar a Alejandra a su casa, y de ahí a casa de Julio donde pernocté. Me acosté a las 8 AM. Muy borracho.
Y cuando estoy así se me olvida tantito mi soledad.
2006 pinta para alcohol.
Monday, January 02, 2006
“No soy el único sólo en el planeta”
Sábado. Había planeado quedarme en casa todo el día viendo DVDs y llegado el momento cliché de las 11.59 de la noche, sintonizar el canal de las estrellas para ver la tragazón de 12 uvas en las bocas de artistitas de TV.
Pero no. No podrán negar que mi suerte es del carajo. Nuevamente el puto Murphy y sus leyes haciéndome pasar un mal rato: se fue la luz. Lo peor del caso es que solamente mi calle fue la afectada, y eso solamente unas 5 casas incluyendo la mía (bueno, la de mis papas, no tengo las escrituras así que no es mía).
Mis planes cambiaron entonces. No iba a quedarme encerrado sin luz y sin hacer nada, además en penumbras. Subí a mi automóvil y arranqué sin rumbo fijo. A éstas alturas ya no está de más decir que iba ya servidito de alcohol. Prendí mi iPod y puse canciones de Michael Bublé. Subí casi todo el volúmen y me puse a cantar. Es increíble ver el asombro de la gente. No están acostumbrados a expresar sus emociones. Si te ven cantando, se asombran; si te ven llorando, ¡se asustan! Reitero que deberían salir de la tierra los trípodes de “War of the Worlds” y extinguirlos a todos.
Estaba cantando “Save the last dance for me” cuando mi teléfono celular sonó.
¡Sonó!
Una semana de soledad y hasta entonces sonó mi teléfono. No podía creerlo. Bajé el volumen del iPod. Tomé mi celular con cierto temor y mezcla de alegría e incredulidad. Era mi amigo Julio. Contesté. Me dijo que estaba en su casa viendo TV sin planes de nada. Era tal mi necesidad de platicar con alguien sobre mi semana “en el agua” que le propuse ir a cenar. Aceptó de inmediato. Fui por él a su casa. Decidimos ir a algún Sanborn’s a la Zona lep-Rosa. Dejar el auto estacionado en alguna calle, y al salir, recibir el 2006 en la glorieta del Ángel de la Independencia. Así lo hicimos. Creímos seríamos los únicos ilusos, pero cuál sería nuestra sorpresa al ver que conforme se acercaba la medianoche, la gente abarrotó el Sanborn’s. Lo absurdo es que la gente iba vestida casi de largo y de noche para el evento, ¡en un jodido Sanborn’s! Y por el hecho de estar en la zona lep-rosa, llegó una pareja de gays, vestidos para el momento, tan ridículamente vestidos que parecían una pobre copia de “Sigfried & Roy”.
Poco a poco se llenó el lugar. Vi pues las mesas. Mucha gente que seguramente tampoco tenía a dónde ir. No soy el único sólo en el planeta. La cena era exprofesa. Crema de nuez y bacalao, lomo de cerdo o pavo (a escoger), finalmente una copa de sidra y 12 uvas. Julio y yo pedimos además una cerveza obscura y dos botellitas de vino tinto. Brindamos. Eran las 11 PM cuando llamamos a mi amiga Alejandra. ¡Otra solita viendo TV! La sonsaqué pues a nuestro plan. Dudó en hacerlo pero finalmente accedió. Se cambiaría y saldría en un taxi al ángel de la independencia. Ahí la encontraríamos.
Faltando 20 minutos para la medianoche pagamos (pagué) la cuenta y salimos.
Nos encaminamos a la glorieta del ángel a despedir éste jodido 2005.
Sábado. Había planeado quedarme en casa todo el día viendo DVDs y llegado el momento cliché de las 11.59 de la noche, sintonizar el canal de las estrellas para ver la tragazón de 12 uvas en las bocas de artistitas de TV.
Pero no. No podrán negar que mi suerte es del carajo. Nuevamente el puto Murphy y sus leyes haciéndome pasar un mal rato: se fue la luz. Lo peor del caso es que solamente mi calle fue la afectada, y eso solamente unas 5 casas incluyendo la mía (bueno, la de mis papas, no tengo las escrituras así que no es mía).
Mis planes cambiaron entonces. No iba a quedarme encerrado sin luz y sin hacer nada, además en penumbras. Subí a mi automóvil y arranqué sin rumbo fijo. A éstas alturas ya no está de más decir que iba ya servidito de alcohol. Prendí mi iPod y puse canciones de Michael Bublé. Subí casi todo el volúmen y me puse a cantar. Es increíble ver el asombro de la gente. No están acostumbrados a expresar sus emociones. Si te ven cantando, se asombran; si te ven llorando, ¡se asustan! Reitero que deberían salir de la tierra los trípodes de “War of the Worlds” y extinguirlos a todos.
Estaba cantando “Save the last dance for me” cuando mi teléfono celular sonó.
¡Sonó!
Una semana de soledad y hasta entonces sonó mi teléfono. No podía creerlo. Bajé el volumen del iPod. Tomé mi celular con cierto temor y mezcla de alegría e incredulidad. Era mi amigo Julio. Contesté. Me dijo que estaba en su casa viendo TV sin planes de nada. Era tal mi necesidad de platicar con alguien sobre mi semana “en el agua” que le propuse ir a cenar. Aceptó de inmediato. Fui por él a su casa. Decidimos ir a algún Sanborn’s a la Zona lep-Rosa. Dejar el auto estacionado en alguna calle, y al salir, recibir el 2006 en la glorieta del Ángel de la Independencia. Así lo hicimos. Creímos seríamos los únicos ilusos, pero cuál sería nuestra sorpresa al ver que conforme se acercaba la medianoche, la gente abarrotó el Sanborn’s. Lo absurdo es que la gente iba vestida casi de largo y de noche para el evento, ¡en un jodido Sanborn’s! Y por el hecho de estar en la zona lep-rosa, llegó una pareja de gays, vestidos para el momento, tan ridículamente vestidos que parecían una pobre copia de “Sigfried & Roy”.
Poco a poco se llenó el lugar. Vi pues las mesas. Mucha gente que seguramente tampoco tenía a dónde ir. No soy el único sólo en el planeta. La cena era exprofesa. Crema de nuez y bacalao, lomo de cerdo o pavo (a escoger), finalmente una copa de sidra y 12 uvas. Julio y yo pedimos además una cerveza obscura y dos botellitas de vino tinto. Brindamos. Eran las 11 PM cuando llamamos a mi amiga Alejandra. ¡Otra solita viendo TV! La sonsaqué pues a nuestro plan. Dudó en hacerlo pero finalmente accedió. Se cambiaría y saldría en un taxi al ángel de la independencia. Ahí la encontraríamos.
Faltando 20 minutos para la medianoche pagamos (pagué) la cuenta y salimos.
Nos encaminamos a la glorieta del ángel a despedir éste jodido 2005.