Sunday, December 26, 2004
Fui a dejar a mis papás a la terminal de autobuses. Partieron por 10 días a Tuxtla Gutiérrez. Lo hacen cada año mientras yo me quedaba en casa. Éste año no será así pues mañana parto a Puerto Vallarta a pasar el año Nuevo.
Mientras iba de regreso a casa recibí la llamada de Alex. Yo le había enviado un mensaje de Felíz Navidad durante la cena de Nochebuena. No respondió al instante sino hasta éste momento. Quedamos en salir por la noche, algún lugar, a platicar, beber, ligar, qué sé yo. Me citó en su casa por allá en el excéntrico “Bosques de las Lomas”. Después de cruzar el cerco de vigilancia que cuida la calle donde él vive, me estacioné frente a su casa, bueno, su casota mejor dicho. Le marqué por teléfono y salió. Desde que lo vi se me iluminó el rostro. Tenía mucho de no verlo, y cómo me encanta. Pero mi rostro cambió cuando lo vi caminando de forma extraña. Su espalda. Un raro dolor. Está muy jóven para tener esos dolores. Salió para avisarme que lo esperara pues su mamá le frotaría una pomada.
Ingresó de nuevo a su casa. Yo me quedé afuera esperando. De pronto, salió nuevamente para pedirme que YO fuera quien le frotara la espalda. No lo dudé y acepté.
Pasé a su casa. Él, aún más paranoico que yo en cuanto a ser descubierto en la compañía de otro hombre, así que tuve que entrar a hurtadillas. Las luces apagadas y caminando a paso veloz pero casi “de puntitas”. Imaginé a James Bond ingresando a la fortaleza rusa donde se fabrica armamento químico en la película “Goldeneye”. También me visualicé como el feo “Shrek” ingresando a hurtadillas en el castillo del dragón. Alex iba por delante. Me abría paso. Cada 2 metros volteaba a verme para con señas decirme que podía seguir avanzando. Ahora que lo pienso, en el trayecto de la planta baja hasta su recámara no vi que le aquejara mucho la espalda que digamos.
Finalmente ingresamos. Prendió la TV para opacar el ruido. No obstante, en el exterior alcanzaba yo a escuchar murmullos y sonido de puertas que abrían y cerraban. Me sentí todo un delincuente. En virtud de mi presencia desconocida todo podría pasar, y yo, un “storyteller” en potencia, imagine mil historias, desde verme brincando desnudo por una ventana, hasta recibiendo plomazos por parte de su papá al ser descubierto.
Pero nada de eso pasó. Y eso sí, agradezco a los dioses por ese momento. Lo más probable es que Alex lo olvide, pero haberle dado un masaje fue para mí una bonita experiencia.
Se recostó, me dijo dónde le dolía. Me unté la pomada esa, y comencé. Hace unos 10 años tomé un curso donde enseñaban a dar masajes. Lo olvidé, pero me dejé guiar por el instinto y por ese cariño que siempre le tendré a ese niño. Y ahí estaban mis manos, frotando toda su espalda. Verlo ahí, dormitando, gimiendo de ricura por el masaje, no lo pago ni con MasterCard. Una media hora después dijo sentirse mejor, y el masaje pasó a un desnudo total de ambos. Qué rico momento, nos abrazamos… fajamos, pa’ pronto. Y nunca me quiso besar en la boca.
Una hora después, casi a las 1 AM, mientras nos vestíamos me dijo “¿quieres que salgamos?”, refiriéndose a que el plan original era salir a tomar algo. Sonreí, era evidente que lo preguntó por compromiso, así que le dije que no so pretexto de que su espalda necesitaba reposo (sí, me salió lo médico quiropráctico, aunque de tan feo más bien he de parecer curandero).
Antes de salir, ya en la antesala a la calle, me mostró muy orgulloso los arbolitos de su jardín, todos adornados con cientos de lucecitas navideñas. “Yo las puse” me dijo con notoria satisfacción. Me acerqué, le dí un beso, le deseé felíz año nuevo y salí de su casa.
Algo me dice que no lo volveré a ver.
Anteriormente ya estaba destinado a vivir en lo efímero. Ahora también tengo que resignarme a que lo efímero deberá ser “a escondidas”. En calidad de delincuente. Pero ésta ocasión fue diferente. Le dí un masaje a Alex. El niño con los ojos más bonitos del castillo del dragón.
Saturday, December 25, 2004
No es nada agradable saber que mi primer día ya en “Le Mexique”, mi primera actividad haya sido ir al banco a pagar mis deudas atrasadas de casi un mes. Igualmente llegué a checar mis estados de cuenta de las tarjetas de crédito. Las “€urodeudas” comienzan a reflejarse. Creo que la pasaré bastante mal los primeros meses de 2005. Pero como dicen “lo paseado y lo bailado, nadie me lo quita”. Algún amigo diría “lo cogido nadie me lo quita” pero en mi caso no hubo tal suerte por tierras europeas.
Noche.
Cena de Navidad. Fui el centro de atención. Tenía a todos asombrados con mi aventura en Bélgica (léase “Las aventuras de un feo ceniciento…”). A la hora de la repartidera de regalos, los míos fueron los que más bulto hicieron al pie de un colorido árbolito navideño (míos de mí para los demás, no míos para mí). A todos les tocó. No quedó uno solo sin regalo. He aquí una pequeña lista que medio ilustra lo bien que me apliqué con mi familia con los souvenirs europeos: a mi papa una campana holandesa para la puerta de la casa en Río Frío; a mi mamá una azucarera de porcelana holandesa y un chingo chingo chingo de chocolates belgas; a mis tías bufandas y gorros franceses; al Rorro una bufanda alusiva a la mota, una boquilla para los “cigarillos” y una paleta de cannabis; a JuanCa y su esposa un juego de café, azucar y tetera de porcelana holandesa; a Arthur un tarro de Amsterdam; a Julio otro tarro, pero de La Haya. Y como sabía que nadie me iba a comprar ni regalar nada, tome mis precauciones y por la mañana me fui a comprar el DVD de “Troya”, lo envolví de regalo y armé un teatro con mis papás para fingir que ellos me lo habían regalado, así que cuando lo abrí, me hice el sorprendido diciendo “Oh… papás ¿cómo supieron que me encantó ésta película?” y todos alrededor haciendo el gemidito tierno de “ooooooooh” típico de “sitcoms” norteamericanos.
Regresamos a casa alrededor de las 3 AM.
Me acosté aún con el “jet lag” encima.
Thursday, December 23, 2004
Regreso a México muy satisfecho. Bas y mi hermana me fueron a dejar al aeropuerto Schipol de Amsterdam. Llegué con una maleta y regreso con dos. La otra está cargada de regalos y souvenirs, no solo de los que yo compré, sino también aquellos que la suegra de mi hermana y que ella misma, mandan a la familia. Haciendo cuentas, creo que he de haber gastado cerca de 400 euros en puros regales. Aún así creo que les llevo a muy pocas personas, y como siempre, no compré nada para mí, porque para mí, llevo el mejor regalo: lo que vi con mis propios ojos durante casi todo un mes, y por mencionar entre otros, aquella vista del París de noche (no nacos, no es la bebida de brandy con Coca Cola) en la Tour Montparnasse, o aquellas esculturas vivientes, franceses hermosos envueltos en toalla en el Univers-Gym. También me voy tranquilo, les llevaré buenas noticias a mis papas: que mi hermana se sacó la lotería con la familia que le tocó. Espero ahora no pasen a formar un número en la estadística de parejas divorciadas… bueno, ni casados están, y aunque Bas bote a mi hermana o ella a él, mi hermana bien puede quedarse ya a vivir allá. Perdón por la mentalidad utilitarista.
Abordé el primero de los aviones, que me dejaría en París. Sí, nuevamente a soportar groserías, pero espero sean las últimas. En París tomé el Jumbo con destino a México. Desde hacía más de tres semanas no veía a tanto chilanguito reunido (léase “chilanguito” con el tono más despectivo de mi vida) en la sala de espera.
Una hora después el avión despegó. Y yo, ahí en la ventanilla, mirando hacia el exterior ¿cuándo volveré a pisar tierras europeas? No lo sé, no tengo la menor idea. Pero igualmente no tenía la menor idea ni me cruzaba por la cabeza la posibilidad de dar una conferencia en Francia hace menos de tres meses.
Mientras despegaba, una lágrima rodó por mi fea mejilla. Dicen que los viajes ilustran, y que los viajes enseñan. Ésta travesía me ha enseñado que hay un mundo allá afuera y que la vida puede darnos gratas sorpresas. Quisiera más sorpresas así. Había perdido la capacidad de soñar y de asombro.
Trece horas después, llegué a México. No pude dormir en todo el trayecto. Agrego el dichoso “jet-lag” y tenemos una combinación sonambulesca.
Ahí estaban mi mamá y mi papá. Necesité dejar de verlos varias semanas para tomarles más cariño. Absurdamente, y ahora que mi hermana está del otro lado del mundo, es cuando mejor me llevaré con ella.
Siendo la medianoche, hora de México, pero 7 AM hora de La Haya, me acosté, en mi cama, con mi almohada, a reiniciar mi rutina de soledad. Dormí profundamente. Y soñé que por fin había recuperado la capacidad de soñar.
Wednesday, December 22, 2004
Fuimos a Brugge, Brujas, en Bélgica. Lo fácil hubiera sido ir en tren, de hecho ya me estaba acostumbrando, pero el capricho de Bas y mi hermana por que yo conociera Rotterdam y un transbordo en ferry de Holanda a Bélgica, hicieron que él pidiera prestado su coche a Bernie, su hermano. Si hubieramos sabido que el coche se desvielaría por la noche y que atravesaríamos toda una aventura con 4 grados bajo cero, juro que ni hubieramos ido.
De cualquier forma el viaje valió la pena. Y no solo el viaje, sino los chocolates, no en balde en ese pueblito pululan las chocolaterías. Además efectivamente Brujas tiene su encanto, caminamos por varias calles. Carruajes con caballos íban y venían, y yo ahí parado en medio de la calle, como todo un ceniciento esperando que de uno de esos carruajes bajara mi príncipe azul.
Pero no. Pasaron muchos carruajes, pero de ninguno de ellos bajó aquél quien me propondría matrimonio y me pediría que no regresara a “le Mexique”, para en lugar de ello, llevarme cabalgando hacia algún castillito de esos tantos que abundan en el pueblito de ensueño. Así que en un total estado de evasión, procedí a hacer lo que las gorditas diabéticas: comprar y comer chocolate imaginando que Brujas era la fábrica de Willy Wonka pero en nivel macro.
Finalmente regresamos, y a mitad del camino, aún en territorio belga, en medio de una autopista de la cual ni Bas sabía la exacta ubicación, el coche se desvieló.
¿Qué hacer ahí en medio de la nada a una temperatura de menos 4 grados bajo cero? Simplemente caminar, y así lo hicimos. Bajamos una cañada y nos topamos con las vías del tren. La dueña de una gasolinería nos dijo que la estación de trenes quedaría a 5 min. Me di cuenta entonces que el “avionazo” o “¡sí wey!” típicamente chilango, existe aquí, en China y Bélgica, pues el “a 5 minutos” se convirtió en más de una hora sin que encontraramos la estación. Nos alejamos de la autopista, caminamos, caminamos y caminamos. Mi hermana, contenta tomando la experiencia como una linda aventura. Pero no fue sino hasta que habló y vio que le costaba mucho trabajo mover los músculos de la boca, cuando dióse cuenta que el problema se tornaba serio.
Finalmente, y después de cruzar un bosque estilo “Blair Witch” y que una parvada de pájaros saliera volando de imprevisto correteado por un par de perros, llegamos a un pequeño bar. Al entrar, los 10 ó 15 únicos clientes, de inmediato guardaron silencio. ¿Quién era yo, un tipo moreno y feo, haciendo ahí, en esa cantinita entre puro güero belga? El lugar era tan pero tan belga, que los dos “bartenders” usaban zuecos, y yo que creía que esos solo se usaban para adornos con plantas. Pedimos chocolate caliente (más chocolate). Mi rostro comenzó a sentir el calor y mi boca entumecida tal cual la sonrisota de Jack Nicholson caracterizando a “The Joker”, recobró su forma: la de un feo. Si se me hubiera quedado así quizá me vería atractivo, lástima que no tuve un espejo a la mano. De cualquier forma en esos momentos la preocupación era regresar sanos y salvos (con o sin coche) a Holanda. Y mientras bebía mi chocolate e interrogaba a Bas sobre el siguiente paso, los clientes del bar, seguían callados, observándonos y creciendo sus orejas hacia donde nos encontrábamos (sí, igualmente chismosos hay aquí y en China). Gracias a ese “parar oreja” uno de ellos, un señor algo robusto de aproximadamente 1.90 de estatura se paró a hablar con mi cuñado. Uno hablando “neerlandés”, el otro “flamenco”. Con razón Bas hacía esas caras de “no-entiendo-ni-madre”. Aún así, y no obstante que yo ya me imaginaba en ese señor al asesino “Leatherface” de “The Texas chainsaw massacre”, el tipo resultó ser un ángel enviado del cielo: se ofreció a disponer del coche, destruirlo (salía más barato que arreglarlo o contratar una grúa que lo llevara de regreso a Holanda) y que nosotros lo reportaramos como robado al llegar a La Haya. Y así lo hicimos. Regresamos por el coche a quitar todo tipo de evidencia. Tomamos las placas, bajamos a la cañada, y en un cuasiritual de despedida, Bas las arrojó con fuerza a un laguito. Hubiera sido memorable ver el momento en que las placas se hundirían en un típico “splash”… de no ser porque rebotaron, je je je… el laguito estaba congelado.
Y pues bien, después de todo ese tipo de penurias, Leatherface, er, quise decir, el ángel bajado del cielo, se ofreció a llevarnos en su camioneta a la estación de trenes.
Siendo la 1 AM llegamos a La Haya, después de haber transbordado 3 diferentes trenes y de haber estado casi al punto de la hipotermia.
¿Hipotermia?
Perdón, es cierto. Exageré.
Monday, December 20, 2004
Han pasado varios días. Ya conocí medio Holanda. Antenoche salimos a un bar ubicado en una pequeña ciudad llamada Schevenningen. El bar llamado “Crazy Pianos” fue genial Conviví en la pista de baile con güeritos y güeritas. Quizá no tan hermosos como los franceses, pero sí más altos. Temí que en una de esas me fueran a agarrar de su bastón. Me tocó invitar una ronda de copas… bueno, no copas, sino bebidas ya preparadas a la m´odica cantidad de 9 euros cada una. Si tomamos en cuenta que terminé pagando 4 rondas, y que cada ronda incluía 4 bebidas, y que cada bebida ni nos hacía mella, podrán imaginar que mi billetera sangró. Pero la divertida nadie me la quita. Ahí estaba yo, un mexicano, ya no digamos mexicano: un latinoamericano. El mito de que los morenos tenemos nuestro pegue por esas tierras, se cayó. Nadie me volteaba a ver, ni mujeres y mucho menos hombres, lo cual demuestra que mi hipótesis de que soy un hombre feo, puede ya convertirse en teoría comprobada.
Bailé con mi hermana y canté “Piano Man”, “Take on me” y “Sweet dreams are made of this” con Bas y Paul. Salimos de ahí cerca de las 4 AM. Afuera del bar, el mar (rimó para variar) rompía en trozos de hielo. Algo nuevo para mí. Al fondo, la inmensidad del oceano, y yo, algo “happy”. En un amplio estacionamiento, muchachos en sus “twentysomething” seguían la fiesta. Güeritos, cómo me encantan.
Finalmente regresamos. Bas y mi hermana me dejarían ir solo a Amsterdam mientras ellos se levantarían demasiado tarde por la desvelada (copulando, creo más bien). No creían que me bastaría con dormir sólo 2 horas y tomaría mi trenecito a las 8 AM (si supieran que cuando combatía la piratería de CDs en México, una ocasión rompí récord de permanecer despierto y trabajando más de 48 horas).
Amaneció. Y yo fresco como una lechuga romana, partí a Amsterdam, ésta ocasión sin mi hermana.
Inicialmente tenía la intención de conocer calles y lugares gay, pero sabiendo que mi fealdad en nada ayudaría a ligar más que un resfriado, opté por visitar museos y caminar y caminar por las calles y sus canales. Y así lo hice, comenzando por el Museo del Sexo (hetero en su mayoría y con una pequeña sección dedicada al sexo homo), pasando por el museo de Van Gogh, y terminando por caminar y caminar entre las calles y parques de Amsterdam. Ayer sí que hizo sol. Y ahí estaba yo, disfrutando de mi soledad en la capital de los zuecos. Anocheció y dirigiéndome a la estación de trenes, lo hice atravesando la calle Warmostraat, famosa por sus antros gay. Quizá es porque era lunes, pero todos estaban cerrados, eso sí, había muchas parejas gay. Güeritos hermosos que como ya se imaginarán, ni me voltearon a ver. Les valió madre el mito mundial de que los morenos somos hermosos por allá.
Viendo que lo gay no me llamaba, entré entonces a varias tiendas donde se venden artículos para drogarse a gusto: pipas, nieves de marihuana, boquillas, temporalizadores para hervir heroína y playeras, muchas, incluso me compré una con una gran “S” se Superman pero en lugar de los colores gringos, tiene plantas de marihuana y la leyenda “Superskunk”. No omito decir que a lo largo de toda la Warmostraat (aprendí que “straat” significa “calle” en holandés, muy parecido a “street” del inglés pero nada que ver con “rue” en francés) me ofrecieron toda clase de drogas, sólo probé los dulces de hashish, y quizá porque mi cuerpo está acostumbrado a los suplementos de taurina, cafeína y glutamina para el gym, pero no sentí la gran cosa, salvo que me dio mucho calor.
Mi día en Amsterdam terminó a las 9 PM. Tomé el tren a las 9.30 PM, llegué a la Haya a las 10.15 PM, y por haber tomado el tram equivocado, llegué a casa de la suegra de mi hermana casi a medianoche.
Si tuviera que decidir entre París y Amsterdam… me quedo con ambas.
Friday, December 17, 2004
No niego que hoy que tuve que partir de París, no obstante sentía tristeza de tener que irme y no saber cuando regresaré, a la vez estaba yo ya un tanto cuanto harto de lo mal que me trató la gente por mi desconocimiento del idioma. Llegando a México iré a la Alianza Francesa, y me corto un “oeuf” (aprendí en un restaurant que eso significa “huevo”) si no aprendo mínimo lo básico de aquí a fin de 2005.
Así que ahí estaba yo, en la “Gare du Nord” esperando a que las pantallas mostraran el andén al que tendría que dirigirme para mi regreso a Holanda. Después de media hora de esperar de pie cargando una maletota llena de ropa, y otra llena de papeles y documentos, alrededor de güeritas y güeritos (¿dije ya antes que los franceses son bellos y hermosos?), anunciaron el andén. Obviamente entendí pura madre así que confié en lo que decía en las pantallas y ahí voy. Estaba por llegar a mi vagón de segunda clase (sí, soy pobre ¿y qué) cuando un tipo de unos 40 años se me acercó mostrandome su charolota. Lo único que vi fue la bandera de Francia y escudos típicos de Policía.
Shit.
(Mérde!)
Era la aduana francesa. Fui al único que detuvieron. Claro, yo un horrible prieto hacía discordancia con toda la bola de rubios, así que fui el elegido para una revisión. Viví en carne propia la fama de los franceses de racistas y discriminadores, como si no hubiera sido suficiente con las groserías que atravesé. Después de un rato de interrogarme acerca de mi estadía en París, la ciudad a la cual me dirigía, de revisar mis maletas, de interrogarme acerca del porqué mi pasaporte no tenía sello de entrada (hasta entonces me dí cuenta que al llegar a La Haya tenía que haberme formado para que me sellaran el pasaporte), y de “alegrarse” de saber que era yo abogado (¿acaso no saben los ignorantes que en México también habemos abogados?, no en balde los estúpidos creen que México pertenece a Sudamérica), me dejaron ir.
Fui el último en abordar el tren. Mis maletas ya no tuvieron cabida así que les tocó clase ejecutiva en el pasillo. Igualmente, una fulana belga estaba sentada en mi asiento, lo que ocasionó que tuviera yo que cambiar de asiento unas 4 veces durante el regreso al estar yo usurpando lugares que no me correspondían.
Finalmente salí de París. Bonita despedida me estaba dando la ciudad luz. Pero ahí no acabó todo. Estando aún en territorio francés, anunciaron que un suicida (¿güerito hermoso también? ¿esos también tienen ganas de quitarse la vida? ¿aún siendo güeritos bellos?) había decidio arrojarse a las vías lo cual había ocasionado que desviaran todos los trenes de nuestra ruta. Mérde! El viaje que suponía terminaría a las 9 PM en Holanda, terminó casi 3 horas después, lo cual ocasionó a su vez un disgusto entre mi hermana y Bas, quienes me esperaban en La Haya pero se desesperaron al creer que mi retraso se debía a que yo me había perdido. Sí, cuando uno es moreno, extranjero y desconocedor de francés y holandés, regresa uno a categoría de niño ignorante con todo y sus 34 años encima.
Medianoche. Finalmente llegué. Yo, estresado y acostumbrado a las groserías de los franceses, estaba con la espada desenvainada, así que me porté muy grosero con los holandeses de una tienda donde compré un sandwich y un jugo. Ellos, pasiflorinos soportaron mis groserías con una sonrisa en la boca. Definitivamente los holandeses sí que saben ser anfitriones. Bendito Dios llegué, retrasado pero lo logré. Mi hermana y Bas llegaron por mí y en el trayecto a casa, les conté mis francoaventuras. Su disgusto quedó olvidado.
Extrañaré a los franceses… qué hermosos son.
Tuesday, December 14, 2004
He recorrido casi todo París en metro y “a pata”. En éstos cerca de 6 días que llevo aquí desde que terminó el congreso en Normandía, puedo jactarme de decir que conozco París y me siento como en casa. No niego que el principal problema ha sido el idioma, por eso, reitero que mi primera meta al llegar a México, será estudiar francés, porque pienso regresar muy pronto a ésta hermosa Ciudad. Sería perfecta si no fuera por la gente. Los parisienses son unos verdaderos hijos de puta. Groseros, arrogantes y engreídos. Una de las ventajas de vivir en una ciudad de ensueño y ser estéticamente hermoso, es que pueden darse el lujo de tratar con la punta del pie a nosotros los turistas que venimos a regar nuestros pesos, dólares o yens convertidos a euros.
No obstante, no me importa lo mal que me han tratado. Los amo, sobre todo a ellos. Subirme al metro es toda una experiencia. No he visto a un solo feo (bueno, sí, cuando me veo al espejo). Todos güeritos como me encantan. Quisiera hablar francés y decírles lo bellos que son.
El frío ha sido también toda una experiencia. El día que más frío sentí, e incluso nevó, fue cuando visité el Palacio de Versalles, un insulto a la pobreza. Otro de los días fríos y que me invadió la soledad fue cuando visité la célebre torre Eiffel. Frente a ella, en un parque, me tiré en el pasto. Contemplé esos fierros engarzados con miles de tuercas bajo los cuales tantas parejas se declaran su amor y se besan de una forma que muchos considerarían obsena. Incluso videograbé a dos parejas con un coto de envidia de mi parte. Ahí estaba yo, tirado viendo la torre que fue destruída en la película “Armaggedon” y que fuera objeto de discusión entre Meg Ryan y Kevin Kline en “French Kiss”. Y la soledad estaba presente no obstante los múltiples turistas a quienes el frío no hacía merma. Estando yo allá, a miles de kilómetros de mi ciudad, la soledad fue mi verdadera acompañante, y como tal, no pude reprocharle su presencia. Fueron dos o tres veces que lloré, una de ellas cuando estaba yo en un pequeño crucero por el Río Sena. Oscurecía y la torre Eiffel, a lo lejos, dando un show de luces estroboscópicas, y detrás de mí, la vieja estación de trenes hoy convertida en el Museo D’Orsay. Fue ahí cuando después de varios días, pude platicar con alguien. Era un tipo más o menos de mi edad, de Chile, quien llevaba ya un mes recorriendo Europa. Me sentí emocionado de hablar tanto español (nadie sabe lo que habla hasta que lo ve opacado por el francés), pero la elocuencia fue bajando de ritmo conforme el aire helado en el botecito golpeaba mi cara al grado de entumir mis labios y terminar hablando como todo un Kirk Dpuglas.
En fin. El museo de Louvre, el museo D’Orsay, el cementerio Père Lachaise, la egocéntrica tumba de Napoleón, la Bastilla y varios lugares más tienen ya mis imperceptibles huellas. Pero definitivamente el lugar que jamás olvidaré, fue el mirador en el piso 58 de la torre de Montparnasse, desde donde mis ojos lloraron y disfrutaron de una de las vistas más hermosas que jamás veré. Ahora entiendo cuando Paul McCartney dice que Dios ha de amar el rock pues en cada concierto nocturno al aire libre, nunca le ha tocado una luna opacada por nubes o lluvia. Lo mismo me sucedió. Frente a mí, la torre Eiffel en todo su esplendor, a un lado “Les Invalides”, al fondo los Champs Elysées y encima de todo ello, una media luna que me sonreía. Compartir esa vista con alguien, hubiera sido la cereza del pastel, la aceituna del martini, o la menta de un mojito. Pero bueno, quizá por eso no tengo a ese alguien, porque quizá la vida quiere que disfrute todo para mí, solo para mí y para nadie más que a mí. La vida quiere que sea egoísta y creo que cada día que pasa le pierdo la batalla.
París. Siempre te amaré. Si algúna vez tengo la ocasión, regresaré a vivir aquí. Primero tendré que aprender francés desde el primer día del año 2005 cuando ya esté en México.
Y aunque suene repetitivo: malditos franceses, los amo ¡qué hermosos son!
Saturday, December 11, 2004
Normandía. Después de 3 días del Congreso sobre Derechos de Autor, y de 2 noches de darme vida de rey, cenando langosta, langostino, langostero, langosteta y todas las demás variables, así como de hacer bastantes socialitos, y platicar largas horas con mis colegas rusos, rumanos, españoles, así como con mi amigo Jean Baptiste quien no se cansó de elogiar a México, llegó el día de regresar a París. Finalmente, y desde el día que llegué a Europa, estaría solito por 6 días en la Ciudad luz. El regreso fue en camión, ya entrada la tarde, por lo que llegaría a París, un sábado, por la noche. El plan cultural esperaría para los días subsecuentes, esa noche en específico mi misión era ir (¡misión cumplida!) a algun lugar gay.
El primer problema fue deshacerme de mi amiga María, la abogada española, quien durante el regreso en autobús preguntó a Jean Baptiste acerca de lugares para ir a cenar conmigo. ¡Hey! Suficientes días ya la había visto como para ir a cenar nuevamente con ella. Así que fui de lo más directo: “María, mi hotel queda por Les Invalides y pienso salirme a caminar y caminar y caminar, disculpa que decline la cena”. Supongo que ella interpretó el mensaje como “no me apetece cenar contigo, ya te alucino hasta en el fondo del excusado” porque me dijo que no había problema, así que al bajar del autobús, tomó su maletita, y en compañía de la mayoría de los pasajeros, abordó el metro. Fue la última vez que los ví. Ignoro si alguna vez en nuestras respectivas vidas, cruzaremos nuestros caminos.
Siendo las 7 PM, ahí estaba yo, a dos cuadras del Arco del Triunfo, con mis dos maletas, en medio de un asqueroso tráfico, con cierto pánico y con cara de “¿Y ahora qué?”.
Me tomó cerca de media hora parar un taxi. Como ya lo había dicho, extrañé a mis vochitos ecológicos. Finalmente un negrito me hizo la parada. Para no recibir insultos innecesarios, desde Normandía María ya me había enseñado a decir “Excuze moi, je ne parle pas francais”, así que lo empleé. El negrito puso cara de no-entiendo-ni-madre, y no es porque fuera yo pésimo con mi frasesita, sino que él ¡tampoco sabía! Durante el trayecto y en un inglés bastante mal pronunciado, me contó que venía de Haití y que apenas estaba aprendiendo el idioma.
El trayecto al hotel fue de casi 45 minutos, siendo que la distancia sería a lo mucho de unos 3 kilómetros. La mitad de ellos cruzando la famosa avenida Champs Elyseés. Y ahí estaba yo, deslumbrado por las tiendas, las luces de navidad que adornaban cerca de 2 kilómetros de puros árboles, y ¡sí! en medio de cientos de autos en cuyos interiores iban franceses (oh, malditos, qué hermosos son).
Llegué al hotel, me instalé, y de inmediato saqué una guía gay previamente bajada de Internet desde México. La mayoría de los bares y discos abrían hasta la medianoche. Y apenas eran las 8.30 PM. Tenía pues dos opciones: visitar el famoso barrio Le Marais, conocido por su ambiente gay, o un lugar que desde México se me antojaba: el Univers-Gym (www.universgym.fr). ¿Qué prefería? ¿Caminar en calles de un barrio, al estilo zona rosa pero con francesitos? o ¿visitar una especie de bar con gym disfrutando de la presencia de francesitos luciendo sus cuerpos? No lo pensé dos veces y decidí visitar la segunda opción. Y… jamás me arrepentiré.
Llegué al lugar. La tipa que atendía la entrada se portó particularmente mamona. Le dije “Excuze moi, je ne parle pas francais”, y lo único que ahora entiendo me quiso decir fue: “claro que lo hablas, si no, no me estarías diciendo eso” así que me trató como cualquiera. Entré enojado, pero desde que abrí la puerta, el coraje se me bajó, y como nunca en mi vida tuve una extraña mezcla de sorpresa, felicidad y erección: frente a mi pasaron caminando, solamente envueltos en una toalla, 3 (three, tres, TROIS) preciosos, hermosos, guapérrimos franceses, con cuerpos literalmente esculturales.
Dios mío. Jamás había visto tanto tantísimo hombre tan hermoso, guapo y varonil (es extraño encontrar esa mezcla aquí en México temo aceptarlo). Los tipos que modelan en las revistas productos para metrosexuales se quedaron pendejos desde ese día. Eran tantos y tantos y tantos por metro cuadrado que no tengo palabras. Tardé 10 minutos en encontrar mi locker numerado, lapso que aproveché para ver a güeros que íban y venían, se vestían y desvestían en sus lockers. Y otros 10 minutos en desvestirme admirando (sí, literalmente admirando) a un muchacho (precioso, hermoso, lindo, bello) de unos 25 años que se estaba cambiando frente a mi. Cuando se inclinó a ponerse sus boxers, sus preciosas, hermosas, redonditas nalgas cubiertas por una fina y casi imperceptible capa de vellitos rubios, quedaron a escaso un metro de mi cara. La mordida a un jugoso durazno hubiera sido el equivalente a lo que atravesó mi mente en ese momento.
Siendo las 10 PM, yo, José Luis Maldonado, una de las personas más feas sobre el planeta (y en ese momento con mucha mayor razón) y estando casi del otro lado del mundo, a 7 horas de diferencia de mi chacalón México, estaba parado, envuelto en una toalla, entre aproximadamente unos 100 preciosos, hermosos, guapos adonis, que íban y venían, se bañaban, entraban y salían del baño de vapor, hacían ejercicios con barras y pesas, y se sentaban frente al bar a escuchar música. No tuvo que pasar mucho tiempo para darme cuenta de que los franceses son aún más arrogantes siendo muy guapos. Ninguno me peló, ni me voltearon a ver, sólo se ligaban entre ellos. Pero por primera vez en mi vida, me valió. Tomé cervezas de casi 10 euros la botella, mientras ahí sentado, contemplaba semejante espectáculo de hermosura. Alguna de las cosas que tengo que agradecer a Dios en la vida, es el haberme permitido ver a tanto bello reunido en ese lugar de encuentro gay de primer mundo. Rayos láser, DJ’s igualmente hermosos envueltos en una toalla, calefacción, alfombra a lo largo y ancho, un jacuzzi gigante, y cada 5 metros, frascos en las paredes con decenas de condones. Pero lo mejor de todo, esas bellezas.
Fue entonces cuando tomé una decisión: la primera misión y meta al llegar a México, sería aprender francés. No me importa si es porque he de visitar nuevamente algún país de lengua francesa con motivos académicos o laborales. No. Será por ellos. Por esos monumentos a la vanidad y belleza. Si el “David” de Miguel Ángel hablara, seguramente sería en francés.
Dieron las 2 de la mañana. El lugar comenzaba a vaciarse, supongo porque las discos serían ahora los lugares a visitar por los adonis. Con una sonrisa de oreja a oreja, y después de 5 cervezas, me vestí. Ninguno me volteó a ver. Bueno, sí, uno de ellos sí lo hizo. Un tipo con los ojos más azules, grandes y expresivos que he visto en mi vida, pero me volteaba a ver cuidándose de mí; así lo intuí cuando pasó a mi lado y le sonreí y dí una palmada en su ancha espalda, volteó de inmediato y me dijo un “no” con la mano, casi con cara de asco. Pero no le hace, aunque les parecí feo el hecho de que yo los haya admirado a todos durante 3 horas, no me lo quita nadie. Me he vuelto muy internacional, antes me rechazaban por feo en mi Ciudad de México, ahora también lo hacen del otro lado del mundo.
Finalmente me vestí y salí del lugar. Afuera la temperatura a -1 grado centígrado. Tomé un taxi, ahora sin tanto problema. El taxi cobró 7 euros, pero era tanta mi dicha de haber visto a esas esculturas vivientes, que di de propina al chofer 3 euros. Creo que ni me agradeció, o si lo hizo no le entendí.
Reitero, malditos franceses, qué hermosos son.
Thursday, December 09, 2004
“¡Gollum!… ¡Gollum!...”
Tomar un taxi en París resulta peor que en el propio DF. Prefiero los vochitos ecológicos a los mamones Mercedes Benz con interiores de piel. Cómo extrañé a los típicos choferes panzoncitos sin bañarse, quienes con todo, son más educados que los parisienses. Por la mañana me vi en la imperiosa necesidad de tomar un taxi hasta la estación de autobuses “Palais Royale”, donde el autobús nos transportaría a Normandía. La noche anterior, mi amiga española María (sí, española pero de nombre I-want-to-live-in America) y un abogado de sudáfrica cuyo nombre me resultó tanto imposible pronunciar como escribir, habíamos acordado tomar el taxi a las 8 AM. Y así lo hicimos, con la diferencia que el pinche negro (el de Sudáfrica y ahora leerán el porqué de mi tono despectivo) sí logró detener un taxi y largóse solito con un simple, egoísta y descarado “I’ll see you there”. 30 minutos más tarde y creyendo que el autobús seguramente nos abandonaría, María y yo aún no lográbamos detener un taxi pues los choferes, antes de permitirnos abordar sus humildes unidades, querían averiguar nuestro destino, y sabiendo que el pasaje les representaría solamente 10 euros, se arrancaban sin decir “agua va”. Hubo un momento en que de no jalar a María del brazo, los nudillos de sus piecesitos de Vilma Picapiedra hubieran quedado cual mantequilla en el pavimento francés por las llantas de los taxis.
Finalmente un japonesito nos hizo la parada, anticipándonos eso sí, que nos cobraría 25 euros (reitero: ¡cómo extrañé a mis vochitos ecológicos!). 20 minutos más tarde, llegábamos a la estación de autobuses, y del que nos llevaría a Normandía, ni sus luces. María iba echando madres calificando al autobús con adjetivos que algo tenían que ver con heces fecales (“¡Que nos ha dejao’ el camión de mierda!”). Yo, invocando serenidad le propuse caminar hacia el otro extremo de la estación. Lo hicimos cargando nuestro respectivo equipaje. Ella lo hizo más rápido que yo, y corrió al descubrir que el “camión de mierda” no nos había abandonado sino que estaba en una contraesquina. Yo apresuré el paso, pero frené cuando vi, a unas 5 cuadras de ahí, el famoso “Arc du Triumph”. Me quedé enlelado, y desperté cuando María me chifló como arriera. Subimos al autobús, y después de esperar casi 45 minutos a que llegaran más asistentes que iban el triple de retrasados que nosotros, partimos.
Tres horas después, estábamos en Normandía. Cabourg, en el “Grand Hotel”. El pueblito, como fantasma. La temperatura promedio, cero grados. Por la tarde caminé por el despoblado. Las casitas y calles, típicas de aquellas películas de la segunda guerra mundial, sólo que sin destruir. Llegué a la playa. Inmensa, abandonada; el único vestigio de lo ahí sucedido durante el desembarco del “Día D” en 1944, eran bunkers a lo largo de la playa. En la calle, un letrero que indicaba que tan sólo en esa playa habían muerto más de 2,800 soldados. María me alcanzó y se ofreció a tomarme fotos. Lo hizo. Me adentré a la playa, casi donde rompían las olas, y yo, ahí, en esa inmensidad con la piel erizada por el frío y por el escalofrío de saber la cantidad de Soldados Ryan que ahí habían muerto.
Por la tarde/noche fue la primera de las conferencias. Llegó más gente. Al terminar una cena en el Gran Salón de Baile. Cené como marqués. En la mesa compartí con Viktor, un abogado también dedicado a los Derechos de Autor, pero ruso. No negaba su origen pues lo corpulento de la espalda lo hacía parecer un obrero de Siberia. Su asistente, Anna, era la única que hablaba inglés, y fungió como interprete entre aquél y yo. Anna, de rostro muy bonito (no tanto como mis amados franceses), grandes cejas y un acento como el de Miss Onnatop (Famke Janssen en “007 Goldeneye”). También se sentó en nuestra mesa Jean, el fotógrafo del evento. Qué chico tan guapo. Desde París ya le había yo echado el ojo. En la charla Jean se enteró que era yo mexicano y desde entonces no me quitó la vista, como asombrado “¿Le habré gustado?” pensé, “no, idiota, no puedo gustarle a los franceses, ellos sí que son hermosos”. Sonreí “¿qué tal que es gay?” mi sonrisa creció como aquella del Grinch, “bueno, aunque lo fuera, no puedo haberle gustado”. Total que después de un intercambio de diálogos, pensamientos y reflexiones conmigo mismo como si fuera Gollum de “Lord of the Rings”, Jean se presentó conmigo y me hizo la plática muy animado. Finalmente todo salió a relucir: Jean adora México, es surfer, y viene 3 veces al año a las playas oaxaqueñas donde las olas son tsunami-wannabes. Su boda será en Puerto Escondido, donde traerá a todos sus amigos parisienses (maldita sea, no era gay entonces), su familia regada a lo largo y ancho de Francia, y donde estoy invitado cordialmente. Será en agosto, en mi territorio. Quizá deba aprender francés para entonces, porque reitero, malditos franceses. Qué hermosos son.
Wednesday, December 08, 2004
La referencia en el croquis era que las oficinas donde se llevaría a cabo la mesa de trabajo, estaban frente a la Sociedad de Autores de Francia. Así como en el D.F., su Centro Histórico se caracteriza porque cada calle se especializa en un tipo de productos a la venta (una calle de pura electrónica, una de puros vestidos de novia, otra de puros productos farmacéuticos, etc.) allá las sociedades y bufetes dedicados a los Derechos de Autor también tienen su propia calle. Antes de entrar a mi destino me detuve frente a la Sociedad de Autores de Francia. La entrada, con un monumento a Victor Hugo, su fundador en 1777. Las sociedades de autores en México estamos en pañales. Bueno, perdón, es inevitable la comparación.
Fui bien recibido. Pero lo mejor, fue la persona quien me recibió, Mr. Polacek, de quien recibí la invitación a visitarlos en el mes de octubre y con quien sostuve una serie de intercambios vía e-mail y por teléfono. En esas ocasiones, creí que se trataba de un hombre ya maduro (lo mismo creyó él), pero cuál sería mi sorpresa que se trataba de un muchacho de 28 años, francés, y con unos ojos preciosos... ah, y estoy un 90% seguro de que es gay. No puedo explicar el porqué, sólo invoco ese sexto sentido que tenemos los putetes para identificar a nuestros congéneres... ah, y la forma en que me veía y se expresaba durante la cena ese mismo día en “Le Paprike”.
Una larga mesa, con unos 30 asistentes, cada uno representando a su país, pero invariablemente, todos dedicados a lo mismo: Derechos de Autor. Para el mediodía había yo ya recibido decenas de tarjetas de presentación. A las 2 PM fue mi turno, mi ponencia duró 10 min. Fue tal mi elocuencia y forma en que expuse, que todos estaban atentos y arranqué una que otra sonrisa. Yo mismo me asombré de mi inglés, aunque ojalá supiera hablar francés. A las 6 PM la mesa de trabajo concluyó. Nos reunieron para la foto oficial, y yo, ahí, el único latino prieto, quedaré para el recuerdo.
Fuimos invitados a cenar. El ambiente muy “nice” velas en las mesas y un grupo de acordeones, violines y xilófono. Quisieron lucirse intentando interpretar canciones típicas de cada país de los que estábamos presentes, pero sólo de México, y de ello me siento muy orgulloso, interpretaron más y por todos coreadas, como “Bésame mucho” y “Cielito Lindo”.
Durante la cena intentaba yo charlas con dos abogadas, una española y la otra griega, pero era evidente que sólo me daban el avión pues estaban más dedicadas haciendo comentarios sobre el abogado húngaro que estaba sentado a un lado mío. Voltée a verlo, y oh! Con razón me daban el avión, un tipo demasiado guapo, de pelo entrecano, algo como Bruce Springsteen. Me puse entonces también a charlar con él olvidándolas a ellas. Me contó lo fascinante que le resultó Oaxaca en un viaje que efectuó el año pasado, y yo, hablándole maravillas del Estado... cuando, ni siquiera he ido.
La cena terminó a las 11 PM, todos, bien portaditos, regresamos a nuestro hotel, al día siguiente partiríamos a Cabourg, Normandía. No tenía sueño. Salí a caminar, nuevamente frente al Moulin Rouge y la zona porno de París, tiendas sex shop y una disco gay muy famosa llamada “Follies Pigalle”. Y a ver gente, mucha gente caminando... oh malditos franceses, qué guapos son.
Tuesday, December 07, 2004
Un tren a París. Tuve que cambiarme 3 veces de asiento, todo porque una fulana con todo el tipo de latina, pero aparentemente cuyo único idioma era el francés, se había sentado en mi lugar, y ante mi desconocimiento del idioma, no pude decirle nada, así que tuve que estarme moviendo de asiento a asiento mientras gente subía y bajaba en el trayecto (de La Haya, pasando por Bruselas y demás).
En ese momento me pareció cómico. Pero fue la primera vez que el idioma comenzó a parecerme un problema, y eso que aún no llegaba a la ciudad luz.
Finalmente llegué. Saliendo de la estación “Nord” me identifiqué con la ciudad, claro que sin chilangos y sin tanto olor a cultura. El caos de los taxis es divino. Lo extrañé duranto los 4 días previos en Holanda, donde si bien es de maravilla, no viven a la carrera sino en una especie de letargo sin stress.
Una vez arriba del coche, cuyo chofer era otro tipo de apariencia latina pero con exclusivo idioma français, me vi inmerso en típico tráfico de metrópoli a las 7 PM. El hotel, ubicado en el artístico barrio Montmartre, quedaba a tan sólo unas 15 cuadras de la estación de tren. Finalmente llegamos. El pago fue de €15.00 aproximadamente. Fue entonces cuando me di cuenta que el rumor terráqueo era verdad: París es la ciudad más cara de Europa.
8 PM. Después de revisar correspondencia en la cual los organizadores del Congreso me daban la bienvenida y me informaban que las mesas de trabajo serían en francés pero que no me preocupara pues habría traducción simultánea al inglés, decidí salir a dar una vuelta. A caminar. A sentirme Tolouse Loutrec entre las callecitas que desembocaban a la Basílica de Sacre-Coeur. Durante el trayecto de aproximadamente 50 minutos, me detuve a tomarme una foto en el mítico “Moulin Rouge”. Al ver el precio de una cena (que incluía media botella de champagne… y enfatizo en “media”) en más de €150.00, supe que jamás pondría un pie ahí, aunque me dijeran que las bailarinas me cantarían al oído “Voulez vous couché avec moi? Ce soir!”.
Finalmente llegué a la Basílica desde donde se aprecia gran parte de París, a excepción de la torre Eiffel, pues es precisamente lo único a lo que tapaban un gran número de árboles a esas alturas. Me sentí Meg Ryan en la película “French Kiss”.
A eso de las 10 PM regresé al hotel a preparar la ponencia que daría al día siguiente. Je! ¿Prepararla? Lo hubiera hecho de no ser porque al estar navegando en los canales de TV, descubrí uno llamado “Pink TV”… el primer canal de TV gay del mundo… y… wooow… creo que en México (y el propio USA) tenemos varios años de retraso…
Monday, December 06, 2004
Mientras mi cuñado trabajaba, mi hermana y yo nos fuimos a Ámsterdam. Qué fácil se dice cuando la casa en que te han dado posada queda a tan solo 45 minutos del “Disneyland for adults only”. Una vez que puse pie en tan maravillosa Ciudad, hasta entonces sentí verdadera envidia hacia mi hermana. En algún post ya había dicho la envidia que había sentido cuando se fue de México. Pues tomó mayor fuerza cuando vi esa Ciudad y en general el país completo. Las casitas, los canales, la gente, el frío, mis manos congeladas, los negros que se acercaban a decirle a mi hermana “señora coca”, obviamente con énfasis que en correcta gramática sería “Señora... ¿coca?” ofreciendo droga por supuesto.
Cuando mi hermana partió de México hace unos meses, no me había despedido de ella. Habíamos estado enojados. Pero ese día fue muy especial. Ella y yo, del otro lado del mundo, paseando, tomándonos fotos, compartiendo, y platicando como jamás lo habíamos hecho en la vida. Y ello en el marco de la ciudad que se jacta de existir desde el año 1200 (bueno, al menos así dice en una playera que me compré y que me quedó bastante ajustada, dirían algunos que me veo “buenote”... chales).
Mientras caminábamos y caminábamos, yo buscaba y buscaba vida gay, pues Ámsterdam también se jacta de ser la ciudad más open del mundo. Pero no vi nada, más que una que otra banderita de arcoiris en uno y otro establecimiento, no se diga en “The Red Light District” donde hay mujeres en las vitrinas para todos los gustos, desde las niñas cuerpecito de Thalía, hasta las gordotas cuarentonas. Esperaba yo ver a uno que otro güerito, pero tampoco vi ninguno. Quizá el frío de cero grados hace corto circuíto con la homosexualidad.
Por la noche regresamos. En el tren de regreso a La Haya (aunque queda a 40 min. Hay que tomar tren) el monito que revisa los tickets nos hizo cambiar al piso de abajo, pues habíamos comprado boleto de segunda clase. Al principio eché madres, al fin que no me entendían, pero ya estando en la planta baja del tren (uy, qué adelantados resultaron los holandeses con sus tecnológicos transportes) se me fue el coraje, pues frente a nosotros estaba sentado un güerito, muy guapo, trajeado y bastante fresa, pues su inglés era con papa en la boca. Sí, en todas partes se cuecen habas. El güerito, de unos 28 años, comenzó a charlar conmigo, pero era notorio que le estaba tirando el can a mi hermana. Nunca creí sentir celos. De cualquier forma, el güerito resultó ser contador desempleado y venía de una entrevista en Haarlem, cuando me noté interesado en lo que me contaba me di cuenta que en todo el mundo a todos nos falta amor. Es obvio que aquél que habla y no para de hacerlo, tiene una extrema necesidad de sentirse amado, así que el güerito no dejaba de hablar de lo importante que era su carrera, al grado de ya no pelar a mi hermana. Al bajarnos (porque también bajó en La Haya), yo, en una pose de emperador, lo tomé del hombro y le dije que soy buen amuleto de buena suerte y que la gente que busca trabajo, cuando les digo que ese trabajo del cual acaban de venir de una entrevista, será suyo, así resulta. Sonrió y pidió nuestro e-mail. Mi hermana le dio el suyo. Supuestamente de obtener el trabajo nos lo hará saber en un e-mail.
Si lo obtiene o no, en nada me beneficia. Ni su nombre sé. Simplemente me gustó… creo que a mi hermana también.
Sunday, December 05, 2004
Finalmente llegó el día. Partí a Amsterdam. El día previo hice regalos en la oficina, regalos navide;os ya que no los veré hasta el mes de enero. La mayoría recibió botellas de tequila con mo;os rojos y moneditas de chocolate "... para desearles mucho dinero".
Y al día siguiente... partí. El vuelo, de noche. Sólo disfruté 3 horas de sol. Un sol, brillante, hermoso, precioso, que deslumbraba aunado a su reflejo en el ala del avión. El piloto anunció la llegada al aeropuerto De Gaulle en París, lugar donde transbordaría a otro vuelo directo a Amsterdam. Observé hacia abjo, pero estaba cubierto por una capa de nubes. El avión comenzó el descenso hasta que nos introdujimos a esa capa, no tardamos ni 5 minutos cuando ya habíamos aterrizado. Fue ahí mi cara de sorpresa. Arriba, antes de las nubes, el sol brillaba resplandeciente, y debjo de las nubes, y siendo apenas las 4.30 PM... ya era de noche. Recordé la escena de "The Matrix Revolutions" en que Trinity y Neo vuelan una nave y para huir de los calamares mecánicos, suben hacia la atmósfera y atraviesan la nube nuclear, mientras que por debajo de ella todo es noche, por encima el sol brilla resplandeciente.
Pero eso no fue todo... el maldito frío... 2 grados centígrados.
Bueno, podría contar mucho más, desde que cambié de vuelo y era yo el único morenito en un avión lleno de franceses (papitos) y holandeses (oh, y dos hindúes), hasta el momento en que siendo las 12 de la noche, todos me festejaban (la familia política de mi hermana, mi cu;ado, su suegra, sus sobrinos, etc.) y yo sabía que no podría dormir, así que media botella de vino tinto todo lo solucionó.
Pero no, prefiero irme a dormir. Son las 10 PM, estoy aquí frente al teclado de la computadora de mi cu;ado... sí, cu;ado sin la letra ; e;e ... bueno, la N pero con el palito arriba... sí, el teclado, el Microsoft Word, y todo lo demás, está en 'dutch'. No lo niego, he sufrido el idioma. No se necesita estar en Tokyo para sentirse Bill Murray en "Lost in Translation".
Y eso que me faltan 3 semanas por estos lados... según yo tendría que estar preparando ahorita mi ponencia en París, pero no, heme aquí haciendo un recuento de este emocionante viaje...
... y lo que me falta...